El discipulado es el camino por el cual un creyente llega a conocer, seguir y obedecer a Cristo. No es un llamado superficial ni ligero, sino que implica una entrega total a la voluntad de Dios. Jesús mismo estableció que seguirle tiene un costo y que nadie puede ser su discípulo sin estar dispuesto a renunciar a todo lo que tiene (Lucas 14:25-33).
Esa verdad nos lleva a considerar el discipulado en dos fases: antes de la salvación y después de la salvación.
I. El Discipulado Antes de la Salvación: El Llamado y la Prueba del Corazón
Antes de que alguien sea salvo, está expuesto al mensaje del Evangelio. Jesús, en la Gran Comisión, nos ordenó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado.” Mateo 28:19-20.
Ese mandato no solo implica predicar el Evangelio, sino también instruir a las personas en el camino del discipulado antes de que tomen una decisión definitiva por Cristo.
Jesús nunca engañó a nadie con una oferta barata del Evangelio; más bien, advirtió sobre el costo de seguirle.
En Lucas 14:25-33, Jesús usa varias ilustraciones para enseñar que nadie debe comenzar el discipulado sin calcular el precio:
1. El hombre que quiere edificar una torre (Lucas 14:28-30) – Si alguien empieza la construcción sin calcular el costo, terminará en ruina y será objeto de burla.
2. El rey que va a la guerra (Lucas 14:31-32) – Antes de enfrentar la batalla, un rey debe evaluar si tiene suficientes fuerzas para vencer.
Estos ejemplos muestran que no es correcto presentar el Evangelio como una simple decisión emocional sin que la persona comprenda el costo real de seguir a Cristo.
Muchos se acercan a Jesús impulsados por un interés superficial, pero cuando ven que el discipulado requiere compromiso, retroceden.
Eso lo vemos claramente en el propio ministerio de Jesús cuando, después de una enseñanza difícil, ‘muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él’ (Juan 6:66).
Esos discípulos habían seguido a Jesús hasta cierto punto, pero al ver que sus palabras exigían una fe genuina y una entrega total, decidieron abandonarlo.
Ese ejemplo ilustra que no todos los que comienzan en el discipulado llegan a la verdadera fe en Cristo, a alcanzar salvación y vida eterna.
Esa verdad se refleja en la parábola del sembrador (Mateo 13:3-9, 18-23). Jesús habla de cuatro tipos de tierra que representan cuatro respuestas al evangelio:
1. El camino (corazones endurecidos) – No entienden el Evangelio y Satanás les arrebata la semilla.
2. Terreno pedregoso (falsa conversión emocional) – Reciben la palabra con gozo, pero al venir la aflicción o la persecución, abandonan.
3. Entre espinos (corazón dividido) – La palabra es sofocada por los afanes del mundo y el engaño de las riquezas.
4. Buena tierra (corazones regenerados) – Reciben la palabra y dan fruto en diferentes medidas.
Esos tres primeros tipos de personas representan a aquellos que, antes de la salvación, experimentan una forma de discipulado superficial pero nunca llegan a la fe genuina. Algunos retroceden cuando descubren que seguir a Cristo implica sufrimiento y renuncia.
II. El Discipulado Después de la Salvación: Vida de Rendición y Perseverancia
Para aquellos que han sido regenerados por Dios y han recibido la verdadera salvación, el discipulado no es opcional, sino el camino natural de la fe.
Jesús no solo nos llama a creer en Él, sino a seguirle: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame” Lucas 9:23.
El verdadero discípulo vive en continua negación de sí mismo. Esto significa que renuncia a su propia voluntad, deseos y placeres en favor de la voluntad de Dios.
La cruz representa sufrimiento y sacrificio, y llevarla cada día es un recordatorio de que nuestra vida ya no nos pertenece. Además, Jesús advierte en Lucas 14:33: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”.
El discípulo genuino no vive con reservas ni condiciones. Su fe no depende de las circunstancias, sino que está arraigada en Cristo.
Mientras los falsos discípulos se apartan en tiempos de prueba, el verdadero discípulo persevera, porque su fe ha sido producida por Dios mismo.
Pablo lo expresa en Filipenses 1:6 “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.
El discipulado después de la salvación es la evidencia de una fe viva. Jesús enseñó que los discípulos verdaderos dan fruto: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15:8).
El fruto del discípulo se manifiesta en obediencia a Cristo, amor por los hermanos, perseverancia en la fe y disposición a sufrir por el Evangelio.
III. La Diferencia Entre los que Retroceden y los que Perseveran
La Escritura deja claro que muchos retrocederán porque su fe nunca fue genuina. Jesús dijo en Juan 8:31: “Si vosotros permaneciéreis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”.
Los que abandonan el discipulado demuestran que nunca fueron salvos. Primera de Juan 2:19 explica esta realidad: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”.
Los falsos discípulos pueden caminar un tiempo con Cristo, pero cuando el costo se hace evidente, abandonan. Esto no significa que un verdadero creyente pueda perder su salvación, sino que aquellos que desertan demuestran que nunca fueron regenerados.
Por otro lado, los verdaderos discípulos perseveran, no por su propio esfuerzo, sino porque Dios los sostiene. La perseverancia en el discipulado es la señal de una salvación auténtica.
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El discipulado tiene dos fases. Antes de la salvación, es un tiempo de prueba en el que el corazón de cada persona es revelado. Muchos se acercan superficialmente a Jesús, pero cuando ven el costo, retroceden.
Solo aquellos en quienes Dios ha obrado genuina conversión llegan a la salvación y perseveran.
Después de la salvación, el discipulado es la vida continua de rendición a Cristo. El verdadero discípulo no solo cree, sino que sigue a Cristo diariamente, cargando su cruz y dando fruto.
Aquellos que perseveran hasta el fin demuestran que han sido llamados y sostenidos por la gracia soberana de Dios.
Como Jesús enseñó en Mateo 10:22: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”.
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