“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” 1ª Corintios 10:31 (RVR1960)
El contexto de este versículo se encuentra dentro de una exhortación del apóstol Pablo para que los creyentes vivan de manera que glorifiquen a Dios en todos los aspectos de su vida, incluso en las decisiones cotidianas. Pablo enseña que las acciones más simples, como comer o beber, deben reflejar una vida de obediencia y servicio al Señor.
Este principio también abarca la mayordomía financiera, ya que administrar lo que Cristo Jesús nos ha confiado implica someter nuestras decisiones financieras a Su voluntad para glorificar Su nombre.
Al analizar este versículo, la palabra clave “gloria” en griego es “doxa” (δόξα), que significa honor, alabanza o reconocimiento. Esto implica que nuestras acciones, incluyendo el uso del dinero, deben honrar a Dios y reflejar Su carácter santo.
La frase “todo para la gloria de Dios” enfatiza que no hay área de nuestra vida que esté fuera del señorío de Cristo, quien es la fuente de todas las riquezas y bendiciones.
Como siervos del Señor, estamos llamados a administrar las finanzas de una manera que refleje Su bondad y sabiduría, evitando el pecado de la avaricia y el egoísmo.
Un principio relevante aquí es que todas las decisiones financieras, ya sea ahorrar, gastar o dar, deben ser actos de adoración. Esto se refuerza en Colosenses 3:23, que dice: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.”
Ese pasaje complementa 1ª Corintios 10:31 al recordarnos que nuestras acciones no están destinadas a agradar a los demás ni a nosotros mismos, sino a Cristo, quien nos ha encomendado estos bienes para administrarlos sabiamente.
Un ejemplo práctico de este principio es la práctica de las ofrendas, de la dádiva. Al dar una parte de lo que el Señor nos ha confiado, reconocemos que todo pertenece a Él y que somos solo administradores temporales.
Este acto de generosidad no solo beneficia a la obra de Dios, sino que transforma nuestro corazón, alejándolo del pecado de la codicia y enseñándonos a depender de Su provisión diaria.
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Este versículo nos recuerda que cada aspecto de nuestra vida, incluidas las decisiones sobre las finanzas, debe estar sometido a la voluntad de Dios.
Como mayordomos fieles, debemos administrar las riquezas del Señor de manera que glorifiquen Su nombre, mostrando gratitud y obediencia.
Al practicar principios como la generosidad, la sabiduría en el gasto y la confianza en Cristo Jesús como nuestra fuente de provisión, nuestras finanzas se convierten en un testimonio vivo de Su poder y gracia.
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