“El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará. Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas. Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno.” Eclesiastés 11:4-6.
Este pasaje nos revela una verdad profunda acerca de nuestra vida como siervos y mayordomos de Dios: no debemos esperar a que las circunstancias sean perfectas para actuar, especialmente en la administración de las finanzas que el Señor nos ha confiado.
Salomón nos recuerda que los caminos de Dios son misteriosos y muchas veces incomprensibles, lo que debe llevarnos a depender de Su sabiduría y no en nuestras propias observaciones o cálculos.
La incertidumbre, ya sea en el clima, el crecimiento o las finanzas, no debe ser motivo para la inacción, sino para la confianza en nuestro Señor Jesucristo, la fuente de todas las riquezas.
Analizando las palabras clave en el idioma original, el término “siembra” (זָרַע, zāra‘) en hebreo no solo se refiere al acto físico de sembrar, sino también a la acción de invertir y depositar algo con la esperanza de un crecimiento futuro. Esto se aplica a nuestras finanzas: como ministros del Señor, debemos sembrar sabiamente los recursos que Él nos ha confiado, no esperando siempre las condiciones perfectas.
El “viento” (רוּחַ, rûaḥ), que representa lo incontrolable y lo impredecible, nos recuerda que hay fuerzas que no podemos dominar, como los movimientos económicos o las circunstancias de la vida. Sin embargo, el llamado del mayordomo fiel es a seguir trabajando y sembrando. Las “nubes” pueden simbolizar las señales de una tormenta o adversidad, pero este pasaje nos invita a seguir adelante, confiando en el control soberano de Dios.
Uno de los principios bíblicos clave que surge de este análisis es la perseverancia en la acción, independientemente de las incertidumbres o los temores que enfrentemos.
Este principio también está respaldado en Proverbios 16:3: «Encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos serán afirmados.» Como administradores de los bienes del Señor, se nos llama a actuar, confiando en que Él guiará los resultados, aunque no sepamos con certeza cómo sucederán las cosas.
En cuanto a ejemplos prácticos, este principio se aplica en diversas áreas de nuestra mayordomía financiera. En primer lugar, podemos ver este principio en la inversión y el ahorro. Si esperamos el «momento perfecto» o las mejores tasas para comenzar a ahorrar o invertir, es probable que nunca tomemos la iniciativa. Como siervos del Señor, debemos ser diligentes y constantes, sabiendo que no es nuestra capacidad de prever el futuro lo que garantiza el éxito, sino la providencia de Dios sobre nuestras decisiones.
Otro ejemplo claro es la diversificación en la administración financiera. El versículo nos invita a sembrar en la mañana y seguir trabajando por la tarde, ya que no sabemos qué esfuerzo prosperará más. Así también, en nuestras finanzas, no debemos concentrar todos nuestros recursos en una sola opción o inversión. La diversificación es una manera de honrar a Dios en nuestra administración, reconociendo que todo está en Sus manos y que nuestras oportunidades pueden fructificar de diferentes maneras.
El tercer principio está relacionado con el riesgo calculado. Así como no podemos controlar el viento o las nubes, no podemos eliminar el riesgo de nuestras decisiones financieras. Sin embargo, no debemos ser esclavos del miedo a la incertidumbre. Debemos actuar con sabiduría, pero también con fe en que nuestro Señor, quien es dueño de todas las riquezas, tiene el control último sobre todas las cosas. Este principio nos ayuda a mantener una perspectiva equilibrada entre la prudencia y la fe.
Finalmente, el principio de trabajo continuo y perseverancia es evidente en el mandato de no «dejar reposar la mano» por la tarde. En nuestras finanzas, esto se refleja en la necesidad de mantener una disciplina constante en el ahorro, la inversión y el dar. No debemos caer en la complacencia, sino seguir siendo fieles administradores de los recursos del Señor, sabiendo que, aunque los resultados no sean inmediatos, la perseverancia siempre es recompensada en el tiempo perfecto de Dios.
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En resumen, este pasaje de Eclesiastés nos enseña principios vitales para la administración financiera que honran al Señor: actuar a pesar de la incertidumbre, diversificar nuestras oportunidades, asumir riesgos calculados con fe y perseverar en nuestro trabajo.
Como esclavos voluntarios del Señor, reconocemos que todo lo que tenemos le pertenece a Él, y por lo tanto, lo administramos con diligencia, sabiduría y confianza en Su soberanía.
Estos principios aplicados a nuestra vida diaria nos ayudarán a manejar nuestras finanzas de una manera que glorifique a Dios, confiando en que Él es quien provee y dirige cada aspecto de nuestras vidas.
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