La Riqueza de Otros, Salmos 49:16-17

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No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria.” Salmos 49:16-17 (RVR1960)

Este versículo nos recuerda que las riquezas y la gloria terrenales son pasajeras y no trascienden más allá de esta vida.

Como mayordomos de lo que el Señor nos ha confiado, debemos entender que el valor real no está en acumular bienes materiales, sino en cómo utilizamos lo que se nos ha dado para Su gloria y en beneficio del prójimo.

En la economía del Reino de Dios, las riquezas no son nuestro fin, sino un medio para cumplir los propósitos divinos.

En hebreo, «enriquece«, que viene de la palabra «עָשַׁר» (ashar), significa hacerse rico o aumentar en bienes. Aquí el salmista nos advierte que no debemos temer ni preocuparnos cuando otros aumentan en riquezas, ya que el enriquecimiento material en este mundo no tiene un valor duradero.

La palabra «gloria«, del hebreo «כָּבוֹד» (kabod), se refiere al peso o la importancia que se le da a alguien por sus riquezas o posición. Sin embargo, esta gloria terrenal es efímera y no tiene ningún valor en la eternidad.

El verbo «llevará«, del hebreo «לָקַח» (laqach), se refiere a tomar o llevar consigo. Nos enseña que cuando morimos, no podemos llevar nada de nuestras posesiones materiales con nosotros.

Este es un principio claro para la mayordomía financiera: todo lo que poseemos es del Señor, y nuestra responsabilidad es administrar sabiamente durante nuestra vida, sabiendo que al final, nada de lo material nos acompañará.

En 1ª Timoteo 6:7, se refuerza este principio: «Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar

Un ejemplo práctico de este principio sería un hombre que, después de alcanzar una considerable riqueza, decide dedicar gran parte de sus recursos a causas que glorifiquen a Dios, como apoyar a la iglesia y ayudar a los necesitados, en lugar de concentrarse en seguir acumulando bienes para sí mismo.

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En resumen, este pasaje nos enseña que, como ministros de Cristo, no debemos temer ni envidiar el enriquecimiento de otros, sino centrarnos en lo que tiene valor eterno.

Nuestro Señor Jesucristo es la fuente de todas las bendiciones, y como administradores de Sus riquezas, debemos usar lo que tenemos con sabiduría y generosidad.

Estos principios nos ayudan a mantener una perspectiva adecuada sobre las finanzas y a utilizarlas de una manera que honre a Dios en nuestra vida diaria.

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