En el corazón de la mayordomía bíblica se encuentra el reconocimiento de que todo lo que poseemos es un regalo de Dios y debe ser utilizado para glorificarle.
Este principio abarca no solo nuestros recursos personales sino también cómo nos relacionamos con las estructuras económicas y gubernamentales de nuestro entorno.
El episodio del pago de tributos a César, narrado en Mateo 22:15-22, sirve como un ejemplo iluminador de cómo Jesucristo manejó estas tensiones con sabiduría y discernimiento.
En este relato, los fariseos y herodianos buscan tender una trampa a Jesús, poniéndolo en una situación donde cualquier respuesta podría ser problemática.
Si Jesús declara que no se debe pagar el tributo, podría ser acusado de sedición contra el Imperio Romano. Por otro lado, afirmar que se debe pagar podría ser visto como una traición a los principios judíos de autodeterminación y fidelidad a Dios por encima de todas las cosas terrenales.
La respuesta de Jesús, pidiendo ver la moneda del tributo y señalando la imagen de César, enseña una lección profunda: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es De Dios”.
Este mandato nos invita a una reflexión más profunda sobre nuestras prioridades y lealtades.
Al reconocer la imagen en la moneda, Jesús no solo afirma la legitimidad de las obligaciones civiles como el pago de impuestos, sino que también recalca que nuestra lealtad última debe ser hacia Dios y su reino.
Esto nos lleva a una comprensión más amplia del papel que desempeñan nuestras finanzas en la vida cristiana.
No se trata simplemente de cumplir con las obligaciones legales, sino de preguntarnos constantemente cómo nuestros recursos pueden ser usados para reflejar nuestros valores espirituales y promover los propósitos de Dios en el mundo.
Además, este episodio destaca la importancia de la sabiduría y el discernimiento en las situaciones donde nuestras creencias pueden entrar en conflicto con las demandas del mundo.
Como creyentes, estamos llamados a manejar estas tensiones sin comprometer nuestra fe, pero también sin retirarnos del mundo que Dios nos ha llamado a servir. Así, mientras rendimos a César lo que es de César, no olvidamos rendir a Dios lo que es de Dios, usando nuestras finanzas como un medio para servir y glorificar a nuestro Creador.
El manejo bíblico del dinero, por lo tanto, no se limita a la gestión prudente de nuestros recursos, sino que se extiende a un testimonio vivo de nuestra fe.
Al igual que Jesús, que manejó hábilmente las cuestiones financieras y legales de su tiempo, debemos buscar cómo nuestras decisiones económicas pueden ser un reflejo de nuestra entrega incondicional a Dios y su llamado a vivir vidas justas, misericordiosas y humildes ante Él y nuestro prójimo.
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