“La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece.” Proverbios 10:4 (RVR1960)
Este versículo nos presenta un contraste claro entre la negligencia y la diligencia, y cómo cada una de estas actitudes impacta nuestras vidas, incluyendo nuestras finanzas.
La mano «negligente» se refiere a la falta de cuidado, la pereza, y la inacción, que conducen inevitablemente a la pobreza. Por otro lado, la mano de los «diligentes» es activa, cuidadosa y trabajadora, lo que resulta en riqueza y prosperidad.
Al analizar el versículo, comenzamos con la palabra «mano» (hebreo: yad). En las Escrituras, la mano representa la acción y la habilidad humana para trabajar y producir.
La «mano negligente» (hebreo: remiyyah yad) simboliza la falta de esfuerzo, una mano que no se extiende para trabajar o para actuar con responsabilidad. Esta negligencia no solo afecta la provisión material, sino que también refleja una actitud del corazón que no valora lo que Dios nos ha encomendado.
La palabra «empobrece» (hebreo: marash) indica un proceso gradual de deterioro o pérdida. La negligencia no conduce a la pobreza de inmediato, sino que es un camino lento hacia la escasez, un recordatorio de que las malas decisiones y la falta de acción tienen consecuencias acumulativas.
En contraste, la «mano de los diligentes» (hebreo: haruts yad) es activa y persistente. «Diligente» viene de una raíz que significa «ser cortante» o «agudo», lo que sugiere que la persona diligente es aquella que actúa con precisión, enfoque y energía.
Esta diligencia, guiada por la sabiduría y la dirección del Señor, lleva a la «riqueza» (hebreo: ashar), que no solo se refiere a la abundancia material, sino también a una vida bendecida y plena bajo la gracia de Dios.
Un versículo adicional que refuerza este principio es Eclesiastés 9:10: «Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.» Aquí se nos exhorta a aprovechar al máximo nuestras oportunidades y recursos, trabajando con todas nuestras fuerzas mientras tengamos la capacidad de hacerlo.
Un ejemplo práctico de este principio puede ser la administración de un negocio o incluso de nuestras finanzas personales. Si una persona es diligente en planificar, invertir tiempo y recursos en mejorar sus habilidades, y trabaja con dedicación, es probable que vea un crecimiento en su negocio o en su situación financiera. Por otro lado, si alguien descuida sus responsabilidades, no invierte ni se esfuerza, probablemente verá cómo sus recursos disminuyen.
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En resumen, este versículo nos llama a ser diligentes en nuestra mayordomía financiera, reconociendo que todo lo que tenemos proviene del Señor y debe ser manejado con responsabilidad y esmero.
La diligencia en nuestras acciones, guiada por la sabiduría de Dios, no solo nos enriquece materialmente, sino que también nos permite vivir de una manera que honra al Señor con nuestras finanzas y recursos.
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