“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.” Gálatas 6:8 (RVR1960)
En este versículo, Pablo nos presenta una clara enseñanza sobre las consecuencias de nuestras elecciones y la dirección de nuestros esfuerzos.
Si como administradores de los bienes de Dios decidimos enfocar nuestros recursos únicamente en deseos carnales, terminaremos cosechando aquello que es corruptible y efímero. Por el contrario, si invertimos en lo que agrada al Espíritu, obtendremos una recompensa de vida eterna, que es una herencia celestial e inmutable en Cristo Jesús.
Este principio, en el contexto de la mayordomía financiera, nos invita a examinar la finalidad y propósito de nuestras inversiones y el uso de las riquezas del Señor que nos han sido confiadas.
Analizando en el griego las palabras clave de este pasaje, encontramos primero el término “siembra” (griego: “speírō”), que implica una acción continua de sembrar o esparcir con propósito. Esto nos recuerda que nuestro uso de los recursos es constante y tiene un impacto definido; lo que decidimos plantar repetidamente, en el ámbito de las finanzas, será lo que eventualmente se manifestará en nuestra vida. Como siervos de Jesús, debemos sembrar para Su gloria y no para satisfacer nuestro propio ego o deseos pasajeros.
La palabra “carne” (griego: “sarx”) aquí representa la naturaleza pecaminosa y caída del hombre, una inclinación hacia lo temporal y lo corruptible. Cuando nuestros pensamientos y decisiones financieras están sometidos a la voluntad de Dios, dejamos de buscar riquezas pasajeras y evitamos las trampas del pecado que distorsionan la mayordomía de las bendiciones de nuestro Señor.
Además, “corrupción” (griego: “phthorá”) significa destrucción o decadencia, destacando la naturaleza transitoria de lo material cuando es usado egoístamente. Este término nos alerta sobre los resultados de una vida centrada en lo terrenal, pues, al final, todo lo que no honra a Cristo terminará en destrucción.
Por otra parte, “Espíritu” (griego: “Pneuma”) nos dirige hacia lo divino y eterno. En el contexto de nuestras finanzas, esto implica que todo uso de los recursos del Señor que refleje su justicia y amor será bendecido con una cosecha incorruptible y duradera.
Un versículo que complementa esta enseñanza es 1ª Timoteo 6:17-19, que nos exhorta a no poner nuestra esperanza en las riquezas inestables, sino en el Dios viviente que nos da todas las cosas en abundancia. Esta exhortación fortalece el principio de invertir en lo eterno, sabiendo que nuestro Señor Jesucristo es la fuente de todas las riquezas. Como ministros de sus bienes, nuestra tarea es multiplicarlos para propósitos que le honren, no para deseos egoístas.
Para ilustrar esto, pensemos en un empresario que decide destinar una parte de sus ganancias para apoyar a los necesitados y para contribuir a la obra de Dios, en lugar de enfocarse exclusivamente en acumular bienes terrenales. Su acción es una siembra para el Espíritu, confiando en que su inversión en lo eterno trae frutos de paz y vida, tanto en esta vida como en la venidera. Esta decisión práctica le ayuda a manejar las finanzas en conformidad con la palabra de Dios, recordando que todo lo que se le ha dado es para ser administrado fielmente.
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En conclusión, estos principios nos muestran cómo podemos aplicar la mayordomía financiera en nuestra vida diaria de manera que honre a Dios.
Cuando nuestros pensamientos y acciones están sometidos a Su voluntad, cada recurso que Jesús nos encomienda se transforma en una oportunidad para sembrar en el Espíritu, garantizando que nuestra cosecha sea eterna y para la gloria de Su nombre.
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