En el contexto de la prosperidad financiera, consideramos este principio: mientras algunos aceptan las circunstancias tal como se presentan, creemos que, bajo la guía y providencia de Dios, tenemos la responsabilidad y la capacidad de moldear nuestras circunstancias, incluidas las financieras.
Esto no significa buscar la riqueza por la riqueza misma, sino reconocer que, al ejercer sabiduría, diligencia y fe, podemos trabajar hacia una situación económica que no solo atienda nuestras necesidades sino que también nos permita ser de bendición para otros.
Dios nos ha dotado de creatividad, habilidades y oportunidades para generar prosperidad, siempre dentro del marco de su voluntad y propósito.
Esto se alinea con la idea de ser fieles administradores de los recursos que Dios nos confía. Por tanto, mientras algunos pueden conformarse con lo que tienen, entendemos que, bajo la guía divina, estamos llamados a ser agentes activos en la creación de nuestra realidad financiera, buscando siempre el reino de Dios y su justicia como nuestra prioridad.
Además, esta perspectiva nos lleva a considerar la importancia de invertir en el bienestar de nuestra comunidad y en la extensión del Reino, utilizando nuestros recursos financieros no solo para nuestro beneficio personal, sino también para apoyar obras de misericordia y justicia.
Es una manifestación de nuestra gratitud hacia Dios y nuestro compromiso con el mandamiento de amar a nuestro prójimo.
Por otro lado, al ser conscientes de nuestra administración bajo la providencia de Dios, estamos incentivados a desarrollar y aplicar principios de sabiduría y prudencia financiera.
Esto no solo refleja nuestra confianza en Dios, sino que también nos prepara para enfrentar incertidumbres o dificultades económicas con una fe firme, sabiendo que nuestra seguridad última no se encuentra en la riqueza terrenal, sino en nuestra relación eterna con Dios.
En este proceso, la confianza en Dios es fundamental, sabiendo que Él bendice nuestros esfuerzos y determina nuestros pasos.
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