#sabíasqué El término Testamento que utilizamos para referirnos a las dos divisiones principales de la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento, tiene un trasfondo interesante y rico en significado teológico.
La palabra proviene del latín testamentum, que a su vez traduce el término griego diatheke(διαθήκη). Pero, sabías que el significado principal de esta palabra en el contexto bíblico no es el de “testamento” como lo entendemos en términos legales modernos, sino más bien “pacto”.
La palabra diatheke aparece en el texto griego del Nuevo Testamento y en la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento). En la mayoría de los casos, se refiere a un pacto solemne y unilateral, una disposición divina en la que Dios establece las condiciones y los términos, y el hombre es el receptor de esas bendiciones.
Este concepto de pacto está en el corazón de la relación entre Dios y Su pueblo, desde el pacto con Noé (Génesis 9:8-17), pasando por el pacto con Abraham (Génesis 15 y 17), el pacto mosaico (Éxodo 19-24), y finalmente culminando en el Nuevo Pacto en Cristo, anunciado en el Antiguo Testamento (Jeremías 31:31-34) y cumplido en el Nuevo Testamento (Lucas 22:20, Hebreos 8:6-13).
Sin embargo, el término testamentum también tiene una connotación válida como “testamento” o “última voluntad”, y esto se destaca especialmente en pasajes como Hebreos 9:16-17. En este texto, el autor explica que un testamento entra en vigor solamente después de la muerte de quien lo hizo.
Este concepto se conecta con la obra de Cristo, cuya muerte fue necesaria para inaugurar el Nuevo Pacto y garantizar las promesas de redención y salvación para Su pueblo.
¿Por qué entonces utilizamos “testamento” para referirnos a las Escrituras? La respuesta está en cómo los primeros traductores latinos de la Biblia, como Jerónimo, eligieron la palabra testamentum para traducir diatheke.
En el contexto cultural y legal de la época, testamentum evocaba tanto la idea de un acuerdo establecido como la disposición de un legado, ambos conceptos que reflejan de manera adecuada el contenido teológico de la Biblia.
Así, las divisiones “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento” pasaron a significar, respectivamente, el pacto que Dios estableció con Su pueblo bajo la ley mosaica y el nuevo pacto sellado con la sangre de Cristo.
Esto tiene profundas implicaciones para la comprensión cristiana de la redención. En Cristo, el “testamento” de Dios no solo revela Sus promesas, sino que también asegura que Su herencia espiritual —vida eterna y comunión con Él— sea otorgada a los herederos de este pacto.
Así, el uso del término testamento no es solo un asunto lingüístico, sino una puerta hacia la riqueza del plan de redención que atraviesa toda la Escritura.
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La próxima vez que leamos las palabras “Antiguo Testamento” o “Nuevo Testamento”, recordemos que estas no solo designan secciones de la Biblia, sino que también apuntan a los grandes pactos divinos que revelan la obra soberana de Dios en la historia de la redención, y cómo Él cumple Su voluntad perfecta para Su pueblo a través de Jesucristo.
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