La capacidad de amar lo que es bueno y al mismo tiempo repudiar lo que es malo constituye un principio fundamental en la construcción de un carácter moral sólido y, por extensión, de una sociedad saludable.
Este principio refleja una comprensión profunda de los valores éticos y espirituales que guían la conducta humana hacia lo que es beneficioso y constructivo, tanto para el individuo como para la comunidad.
El amor por lo bueno implica una atracción hacia las virtudes y los principios que promueven la paz, la justicia, la bondad y la verdad. Es una inclinación hacia todo lo que enriquece la vida y fomenta el bienestar común.
En contraparte, el repudio de lo malo manifiesta un rechazo consciente a las actitudes, acciones y sistemas que causan daño, injusticia o sufrimiento. Este repudio no es solo una aversión emocional; es una decisión ética que se traduce en acciones y elecciones de vida que se oponen a lo que es destructivo o perjudicial.
Se nos insta a “aborrecer el mal y amar el bien” (Amós 5:15). Esta dualidad es fundamental para nuestro desarrollo espiritual y moral, pues refleja la naturaleza de Dios, quien es esencialmente bueno y justo.
La capacidad de discernir entre el bien y el mal, y la disposición a abrazar uno y rechazar el otro, son indicativos de madurez espiritual y moral.
También en cuanto al amor al dinero, 1ª Timoteo 6:10 advierte: “Porque el amor al dinero es raíz de todos los males”; esta advertencia resalta cómo el amor desmedido a las riquezas puede desviar a las personas de sus valores y prioridades fundamentales, llevándolas a comprometer su integridad y su relación con Dios.
Amar el dinero —o cualquier otra cosa— por encima del Señor nuestro Dios, equivale a idolatría. Jesús mismo enseñó que no se puede servir a dos señores, porque o se aborrecerá a uno y se amará al otro, o se estará devoto a uno y se despreciará al otro. (Mateo 6:24)
Elegir amar al Señor implica entonces priorizar una relación con Dios por encima de los deseos monetarios y materiales, entendiendo que en Él encontramos un propósito y satisfacción que trascienden lo que el mundo ofrece.
El repudio de lo malo, por tanto, no solo es señal de una sociedad saludable, sino también de un corazón alineado con los principios divinos. En este marco estamos llamados a cultivar el amor por lo bueno y a rechazar activamente las fuerzas del mal, reconociendo que en esta tensión moral radica la clave para una vida plena y significativa.
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