El 18 de junio de 1546, durante el reinado de Enrique VIII, los jueces sentenciaron a Ana Askew a ser llevada a Smithfield y quemada por sus opiniones sobre la transubstanciación. La sentencia se llevaría a cabo el mes siguiente.
Al ser preguntada por su acusador, «¿Dices que los sacerdotes no pueden hacer el cuerpo de Cristo?», ella respondió: “He leído que Dios hizo al hombre; pero que el hombre pueda hacer a Dios, nunca lo he leído, ni supongo que lo leeré jamás”.
Ana Askew fue una mujer valiente y firme en sus creencias durante una época turbulenta en la historia religiosa de Inglaterra.
El reinado de Enrique VIII estuvo marcado por la ruptura con la Iglesia Católica Romana y la formación de la Iglesia de Inglaterra. Esta ruptura no solo fue política, sino también teológica, con disputas intensas sobre doctrinas fundamentales, como la transubstanciación.
La transubstanciación es una enseñanza antibíblica de la religión católica que sostiene que, durante la consagración en la Eucaristía, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, aunque mantienen sus apariencias de pan y vino; fue y sigue siendo central para la “teología” de esta religión, pero fue rechazada por muchas figuras de la Reforma Protestante.
Ana Askew, nacida en 1521 en Lincolnshire, Inglaterra, se convirtió en una defensora abierta de las ideas reformistas, lo que la puso en conflicto directo con las autoridades religiosas y políticas de su tiempo.
Su rechazo a la transubstanciación, en particular, fue visto como una herejía peligrosa y subversiva, por eso que el 18 de junio de 1546, Ana Askew fue condenada a muerte por sus creencias.
Durante su juicio, fue interrogada sobre su opinión respecto a la capacidad de los sacerdotes para consagrar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Su respuesta fue directa y desafiante: “He leído que Dios hizo al hombre; pero que el hombre pueda hacer a Dios, nunca lo he leído, ni supongo que lo leeré jamás”.
Esta declaración subraya su rechazo a la idea de que los sacerdotes tengan el poder divino para transformar los elementos de la Eucaristía.
La ejecución de Ana Askew se llevó a cabo el 16 de julio de 1546 en Smithfield, Londres. Fue quemada en la hoguera, una muerte brutal que reflejaba la severidad con la que se trataban las herejías en la época.
Su martirio la convirtió en una figura emblemática de la resistencia protestante y en un símbolo de la lucha por la libertad de conciencia y creencia.
El coraje y la firmeza de Ana Askew dejaron una profunda impresión en la historia de la Reforma. Su negativa a retractarse de sus creencias, incluso frente a la tortura y la muerte, inspiró a muchos otros reformadores y contribuyó a la eventual expansión del protestantismo en Inglaterra y más allá.
La historia de Ana Askew es un testimonio del poder de la convicción personal y de la lucha por la verdad. Su vida y muerte nos recuerdan que la libertad de creencia y la integridad moral a menudo requieren un alto costo, pero también pueden dejar un legado duradero de inspiración y cambio.
En un sentido más amplio, la historia de Ana Askew destaca las tensiones y conflictos inherentes a los periodos de cambio religioso y social.
Sus palabras y acciones resuenan a través de los siglos como un recordatorio de la importancia de defender la verdad y la justicia, incluso cuando hacerlo implica un gran sacrificio personal.
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