La pregunta no es si Dios oye nuestras oraciones, porque Él sí oye. La Escritura nos asegura esto de manera contundente. En 1ª Juan 5:14 leemos: “Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye”. El Salmo 34:17 afirma: “Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias”. Además, en Jeremías 29:12, Dios mismo dice: “Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré”. No hay duda de que Dios escucha nuestras oraciones; no hay súplica o palabra pronunciada en secreto que escape a su atención.
Más allá de oírnos, la Escritura también nos enseña que Dios sabe de antemano lo que vamos a pedir. Jesús nos dice en Mateo 6:8: “Porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Esto no debería sorprendernos, porque Dios es omnisciente. Su conocimiento no está limitado por el tiempo ni por las circunstancias. Salmos 139:4 lo declara de manera asombrosa: “Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda”. Esto significa que cada palabra, pensamiento o deseo en nuestro corazón está completamente expuesto ante Él.
Dios sabe todo porque Él es infinito en conocimiento. Como enseña Isaías 46:9-10, Él conoce “el fin desde el principio” y declara “lo que ha de venir”. Su omnisciencia es un atributo que destaca su soberanía y perfección. Él no solo ve lo que ocurre en el presente, sino que también contempla el pasado y el futuro con perfecta claridad. Su conocimiento no es pasivo; está íntimamente ligado a su voluntad soberana, que dirige todo para cumplir su propósito eterno.
Sin embargo, la verdadera cuestión no es si Dios oye nuestras oraciones o si sabe de antemano lo que vamos a pedir, sino por qué en ocasiones parece que no responde. Aquí debemos recordar que Dios no solo es omnisciente, sino también sabio, justo y amoroso.
Él responde nuestras oraciones conforme a su voluntad perfecta, no siempre como nosotros lo deseamos o esperamos. Santiago 4:3 nos advierte: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Esto implica que nuestras peticiones, aunque sinceras, pueden no estar alineadas con los propósitos de Dios.
Además, Dios a veces retrasa su respuesta para enseñarnos paciencia, humildad y dependencia de Él. En 2ª Corintios 12:8-9, Pablo rogó al Señor que le quitara un aguijón en la carne, pero la respuesta de Dios fue: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Aunque Pablo no recibió lo que pedía, obtuvo algo mucho más valioso: la gracia y la fortaleza de Dios para enfrentar su situación.
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En última instancia, debemos confiar en que las respuestas de Dios, sean “sí”, “no” o “espera”, siempre son para nuestro bien y para su gloria.
Romanos 8:28 nos asegura que “todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios”. Así que, aunque no siempre entendamos sus caminos, sabemos que Él oye, sabe y obra en perfecta sabiduría y amor.
Nuestra tarea no es cuestionar si Él oye, sino aprender a confiar en que sus respuestas son siempre justas, sabias y buenas.
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