William Jay, un destacado predicador y escritor británico del siglo XVIII y XIX, escribió una serie de sermones y tratados que buscaban iluminar las verdades del Evangelio y advertir sobre los peligros de los engaños de Satanás.
En su tratado «Satan’s Wiles» («Las Artimañas de Satanás»), Jay nos exhorta a no dar lugar al diablo, argumentando que las intenciones de Satanás son siempre perniciosas.
Una de las razones principales por las que no debemos ceder ante el diablo es porque sus planes son inherentemente malignos.
Aunque Satanás puede disfrazarse como un ángel de luz, sus verdaderos propósitos siempre buscan causar daño.
A menudo, Satanás introduce sus males y travesuras bajo nombres engañosos, camuflando la avaricia como «ahorro para los hijos», el orgullo como «dignidad», la venganza como un «espíritu digno», la ambigüedad en la fe como «prudencia» y la conformidad con el mundo como una forma de «ganar a otros».
Jay nos advierte sobre cómo Satanás puede introducir sus males bajo nombres engañosos, presentando el pecado de una manera que parece inocente o incluso virtuosa; un ejemplo es la avaricia, que camufla astutamente como «ahorro para los hijos.»
La avaricia, definida como un deseo insaciable de poseer más de lo que uno necesita o merece, especialmente en lo referente al dinero, es una trampa que desvía nuestro enfoque y corromper nuestras intenciones.
Satanás, consciente de la naturaleza humana y nuestras vulnerabilidades, sabe que la avaricia, si se presenta de manera cruda, puede ser fácilmente identificada y rechazada por aquellos que buscan vivir una vida recta. Por ello, recurre a la artimaña de disfrazar la avaricia como algo positivo y hasta noble, como es el caso del “ahorro para los hijos”, aunque es altamente loable.
Los padres desean asegurar el bienestar y la seguridad de sus hijos, preparándolos para enfrentar los desafíos económicos de la vida adulta. Sin embargo, cuando este ahorro se convierte en una obsesión que desplaza otras prioridades espirituales y morales, puede convertirse en avaricia e idolatría.
El engaño de Satanás radica en tomar esta preocupación legítima y exagerarla hasta el punto en que acumular riqueza se convierte en un fin en sí mismo, más allá de las necesidades razonables.
Bajo el pretexto de asegurar un futuro cómodo para los hijos, una persona puede justificar la acumulación desmedida de riqueza, la explotación de otros, la negligencia en actos de caridad y generosidad, y la desviación de sus responsabilidades espirituales.
Al hacerlo, endurece los corazones, alejándolos de la verdadera dependencia de Dios y de la práctica de la generosidad y el desprendimiento, que son virtudes cristianas fundamentales.
La Biblia nos exhorta a confiar en Dios para nuestras provisiones y a no almacenar tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones minan y hurtan (Mateo 6:19-20).
El «ahorro para los hijos» puede convertirse en un ídolo, una excusa para justificar la codicia y la falta de confianza en la providencia divina.
En vez de confiar en Dios y en su promesa de cuidar de nosotros y de nuestras familias, la persona avara se vuelve cada vez más dependiente de sus propios esfuerzos y recursos, perdiendo de vista el llamado a vivir una vida de fe y obediencia a Dios.
Este engaño tiene consecuencias profundas, desvirtúa el verdadero propósito de la provisión divina y la administración fiel de los recursos que Dios nos da, o puede llevar a la ruptura de relaciones familiares y sociales, ya que la obsesión por acumular riqueza puede generar conflictos y resentimientos, y endurece el corazón del individuo, alejándolo de la compasión y la generosidad hacia los demás, y finalmente, pone en peligro su relación con Dios.
Deja una respuesta