“Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición.” 1ª Timoteo 6:9 (RVR1960)
Este versículo nos revela una advertencia clara sobre los peligros del deseo desmedido de riquezas. La palabra “enriquecerse” en el original griego πλουτεῖν (ploutein) implica no solo el acto de tener bienes materiales, sino un anhelo obsesivo de acumular más, con la expectativa de seguridad o satisfacción en esos bienes, en lugar de buscar a Dios como fuente de toda provisión.
Como administradores de lo que Cristo Jesús nos ha encomendado, debemos ser conscientes de que nuestras motivaciones y deseos pueden desviarnos del propósito que Él tiene para nuestras vidas.
El problema no está en tener dinero, sino en el deseo de tener más de lo que Dios nos ha asignado, confiando en esos bienes temporales más que en el Señor, quien es la verdadera fuente de toda riqueza.
El término “tentación” en griego πειρασμός (peirasmos) implica una prueba o intento de desviarnos del camino correcto. Esto es lo que sucede cuando el deseo de riquezas toma control: caemos en situaciones donde somos inducidos a pecar, tomando decisiones motivadas por el egoísmo y la avaricia.
El dinero, que el Señor nos ha encargado para administrarlo sabiamente, se convierte entonces en un lazo que nos atrapa. El resultado final de estas codicias ἑπιθυμίαι (epithymiai), que son deseos desordenados, es el hundimiento en la destrucción.
El término griego ἀπώλεια (apōleia) para “perdición” enfatiza que no se trata solo de una pérdida temporal, sino de una ruina espiritual que afecta nuestra relación con Dios y los propósitos eternos que Él tiene para nosotros.
Como nos enseña Proverbios 11:28: “El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.” Este pasaje apoya el principio de que depender de las riquezas en lugar de confiar en Cristo Jesús nos lleva inevitablemente a la caída.
Como siervos de nuestro Señor, debemos administrar lo que Él ha puesto en nuestras manos con sabiduría, sabiendo que todo le pertenece y que nuestras finanzas son solo un reflejo de nuestra mayordomía ante Él.
Un ejemplo práctico de este principio sería un empresario que, en su afán por expandir su negocio y obtener mayores beneficios, comienza a tomar decisiones éticamente dudosas, buscando aumentar sus ganancias a costa de otros.
Esa actitud refleja la codicia y el deseo de enriquecerse que nos advierte el versículo, conduciendo a una espiral de compromisos morales que finalmente resultan en la pérdida no solo de recursos materiales, sino de integridad y comunión con Dios.
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Al aplicar estos principios en la vida diaria, podemos manejar las finanzas que Dios nos ha encargado de manera que honre Su nombre.
Al mantener nuestros pensamientos sometidos a Su voluntad y recordando que todo lo que tenemos proviene de Él, evitamos caer en la tentación de la codicia y administramos Sus recursos conforme a los principios eternos de Su Palabra.
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