Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén. 1ª Juan 5:21 (RVR1960)
En este breve pero profundo versículo, el apóstol Juan nos exhorta a protegernos de los ídolos, no solo físicos, sino de todo aquello que pudiera ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón.
La mayordomía financiera encuentra aquí un principio clave: nuestras prioridades deben estar sometidas a la voluntad de Dios, reconociendo que todo lo que tenemos, incluidos los recursos económicos, nos ha sido encomendado por el Señor para Su gloria y no para nuestra satisfacción egoísta.
En el idioma griego, la palabra “ídolos” (εἴδωλον, eidolon) hace referencia a una representación falsa, una imagen que ocupa un lugar indebido. Este término no se limita a objetos tallados; también incluye cualquier cosa que compita con la devoción debida a Dios.
En el contexto de las finanzas, esto nos llama a examinar si el dinero o las posesiones han tomado un rol preeminente en nuestras vidas, desviándonos de nuestra responsabilidad como siervos fieles. Dios es el único digno de adoración y lealtad; nuestras riquezas no son nuestras, sino del Señor, y deben ser administradas con temor y reverencia hacia Su propósito eterno.
Cristo Jesús, como nuestra fuente de toda provisión, nos llama a depender de Él y no de las riquezas temporales. Este principio se refuerza con Mateo 6:24: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Aquí vemos que nuestras finanzas deben ser manejadas conforme a la voluntad de Dios, dejando en claro que el dinero es un medio para servir, no un fin para idolatrar.
Un ejemplo práctico de este principio podría ser el siguiente: un administrador fiel se enfrenta a la decisión de invertir en un negocio que promete grandes ganancias, pero que requiere comprometer valores cristianos, como la honestidad o el trato justo a los trabajadores. Si elegimos honrar al Señor rechazando esa oportunidad, mostramos que nuestras finanzas están sometidas a Su voluntad, no a la búsqueda de riquezas efímeras. Esto refleja que confiamos en Jesús como nuestra provisión y no en los recursos terrenales.
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En resumen, los principios derivados de este versículo nos exhortan a mantener nuestras prioridades centradas en Dios, evitando que el dinero o cualquier otro bien tome el lugar que pertenece al Señor.
Al reconocer que somos administradores de lo que Cristo nos ha encargado, gestionemos las finanzas con fidelidad, temor reverente y gratitud, asegurándonos de que todo lo que hacemos glorifique Su nombre y contribuya a Su reino eterno.
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