“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.” Santiago 1:21-22 (RVR1960)
Este pasaje de Santiago nos invita a recibir la palabra de Dios con mansedumbre, permitiendo que arraigue en nuestro corazón como una semilla implantada, para que produzca frutos de obediencia.
El llamado no es solo a escuchar la palabra, sino a ponerla en práctica, a vivir conforme a lo que Dios nos revela en su verdad. Este principio es crucial para la mayordomía, incluyendo la manera en que administramos las finanzas que Cristo Jesús nos ha encargado.
En el griego original, la palabra traducida como «implantada» es ἔμφυτος (émphytos), que sugiere algo que ha sido injertado o arraigado profundamente. La palabra de Dios no es solo información que recibimos, sino una verdad que se implanta en nosotros con el propósito de transformar nuestra vida, incluidas nuestras decisiones financieras.
Como siervos de Cristo, debemos someter nuestros pensamientos a la voluntad de Dios, dejando que su palabra moldee nuestras actitudes y acciones en el manejo de las riquezas que nos ha dado para administrar.
Otra palabra clave es «hacedores» (poiētēs en griego), que se refiere a aquellos que crean, producen o hacen algo en respuesta a lo que han recibido. En este contexto, ser hacedores de la palabra implica aplicar activamente los principios de Dios en todas las áreas de la vida, incluidas las finanzas.
No basta con entender lo que Dios dice sobre la generosidad o la prudencia; debemos actuar de acuerdo con esos principios. En 1ª Timoteo 6:17-18, se nos exhorta: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan su esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos; que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos.»
Este versículo nos recuerda que las riquezas no son nuestras, sino del Señor, y que Él nos las da en abundancia para que las administremos con generosidad.
Como mayordomos, debemos evitar caer en el pecado de poner nuestra confianza en el dinero, sabiendo que es Cristo Jesús quien provee todo lo que necesitamos.
Un ejemplo práctico de este principio es cuando un creyente, en lugar de acumular excesivamente para sí mismo, decide ser generoso con aquellos en necesidad, donando parte de sus recursos para la obra del Señor y el bienestar de los demás. Este acto de obediencia refleja que ha recibido la palabra implantada y está viviendo conforme a ella.
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En resumen, cuando permitimos que la palabra de Dios sea implantada en nosotros, nuestros pensamientos y decisiones financieras estarán sometidos a su voluntad. Seremos capaces de administrar las riquezas del Señor de manera sabia y justa, sabiendo que somos simplemente mayordomos y que todo le pertenece a Él.
La transformación que surge al ser hacedores de la palabra nos lleva a manejar las finanzas de manera que honre a Dios, evitando caer en el pecado del egoísmo o la avaricia.
Vivir conforme a estos principios nos asegura que nuestra vida y nuestras acciones reflejen la gloria de Dios en todo lo que hacemos, incluyendo la administración de los recursos que Él nos ha confiado.
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