“Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene. Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad.” 2ª Corintios 8:12-14
La palabra «voluntad» en el griego original es προθυμία (prothymia), que significa disposición o prontitud de espíritu. Este término enfatiza que el acto de dar debe surgir de un deseo genuino y sincero de ayudar, no de una obligación impuesta.
Como siervos de Cristo, nuestra generosidad debe reflejar nuestro amor y gratitud hacia Él, reconociendo que todo lo que tenemos nos ha sido dado por Dios, quien es la fuente de todas las riquezas. Nuestra disposición para dar debe ser un reflejo de nuestra fe y compromiso con los principios del Reino de Dios.
La palabra «acepta» (εὐπρόσδεκτος, euprosdektos) sugiere que la ofrenda es bienvenida y agradable a Dios cuando se hace de acuerdo con nuestras capacidades reales. No se espera que demos lo que no tenemos, sino que seamos buenos administradores de lo que se nos ha confiado.
Este principio es respaldado por Lucas 21:1-4, donde Jesús elogia a la viuda que dio todo lo que tenía, enfatizando que el valor de la ofrenda no reside en la cantidad, sino en el sacrificio y la intención detrás de ella.
La palabra «holgura» en griego es ἄνεσις (anesis), que implica comodidad o abundancia, mientras que «estrechez» (θλῖψις, thlipsis) se refiere a la aflicción o necesidad.
Pablo destaca la importancia de mantener un equilibrio financiero, asegurando que nuestra generosidad no nos lleve a la pobreza mientras otros disfrutan de abundancia.
Como administradores de los bienes del Señor, debemos buscar la equidad, utilizando nuestros recursos para apoyar a los necesitados, pero también asegurando que nuestras propias necesidades básicas estén cubiertas.
El término «igualdad» (ἰσότης, isotēs) en el contexto de este pasaje sugiere una reciprocidad y equilibrio dentro de la comunidad de creyentes.
La verdadera generosidad implica compartir nuestras bendiciones de manera que promueva el bienestar común, permitiendo que la abundancia de unos compense la escasez de otros.
Como mayordomos de los recursos de Dios, debemos buscar oportunidades para fomentar esta igualdad, confiando en que, en el tiempo debido, otros también contribuirán cuando nosotros estemos en necesidad.
Un ejemplo práctico de estos principios puede ser establecer un fondo comunitario en una iglesia o grupo de creyentes, donde cada miembro contribuya según sus posibilidades.
Estos fondos pueden ser utilizados para apoyar a aquellos que enfrentan dificultades financieras, asegurando que los recursos se distribuyan equitativamente y sean administrados sabiamente para maximizar su impacto.
Este enfoque no solo alivia las necesidades inmediatas, sino que también fortalece el sentido de comunidad y responsabilidad compartida entre los miembros.
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En resumen, aplicar estos principios bíblicos en nuestra vida diaria nos permite manejar nuestras finanzas de manera que honre a Dios. Al dar con frugalidad y sabiduría, aseguramos que nuestras acciones reflejen nuestra fe y compromiso con los valores del Reino.
Al reconocer que todas las riquezas son del Señor, buscamos ser buenos mayordomos de lo que Él nos ha confiado, utilizando nuestros recursos para cumplir Su propósito y plan divino, mientras cuidamos nuestras necesidades y promovemos la igualdad y la reciprocidad dentro de la comunidad de creyentes.
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