Jesús habló de la codicia y las riquezas con una frecuencia notablemente mayor que del adulterio en los Evangelios.
Este énfasis refleja la preocupación profunda por la manera en que las posesiones terrenales pueden capturar el corazón, desviando a las personas de su relación con Dios y su prójimo.
En Lucas 12:15, por ejemplo, Jesús advierte claramente que nos guardemos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee, enseñanza que subraya que la verdadera vida y satisfacción no se encuentran en la acumulación de bienes materiales.
Por otro lado, aunque Jesús habló menos a menudo del adulterio, cuando lo hizo, sus palabras fueron profundamente serias y desafiantes. En Mateo 5:27-28, eleva el estándar de la ley moral al decir: «Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.»
Con esto, Jesús no minimiza el pecado del adulterio sino que amplía la comprensión del pecado para incluir los deseos del corazón, mostrando cómo los deseos internos pueden ser tan culpables como las acciones externas.
El enfoque de Jesús en la codicia, más que en el adulterio, no disminuye la gravedad de este último pero indica una preocupación más amplia por las actitudes y deseos internos que pueden alejarnos de Dios.
Enseña que el discipulado implica una transformación del corazón y de la mente, no solo una adherencia a normas externas.
La verdadera pureza y fidelidad a Dios se miden tanto por lo que valoramos y perseguimos como por nuestras acciones.
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