Juan Crisóstomo; fallecimiento

El 14 de septiembre del año 407 (Historia Antigua), marca una fecha significativa en la historia de la Iglesia cristiana: el fallecimiento de Juan Crisóstomo, conocido como «boca de oro» debido a su extraordinaria elocuencia en la predicación. Considerado el más grande predicador de su época, su vida y legado han influido profundamente en la tradición cristiana oriental y occidental.

Juan nació alrededor del año 349 en Antioquía de Siria (actualmente Antakya, Turquía), una de las ciudades más importantes del Imperio Romano de Oriente. Hijo de Secundo, un oficial militar de alto rango, y de Antusa, una mujer piadosa y devota, quedó huérfano de padre a temprana edad. Su madre, a pesar de las dificultades, se aseguró de proporcionarle una educación de calidad.

Estudió retórica y filosofía bajo la tutela de Libanio, uno de los más célebres oradores paganos de la época. Libanio, impresionado por el talento de Juan, llegó a considerarlo su sucesor natural en el arte de la oratoria. Sin embargo, la influencia cristiana en su vida lo llevó por un camino diferente.

A los veinte años, Juan se sintió llamado a profundizar en la fe cristiana. Fue bautizado en 368 y comenzó a estudiar teología bajo Diodoro de Tarso. Buscando una vida de mayor devoción, se retiró al desierto cercano a Antioquía, donde vivió como monje asceta durante seis años. Durante este tiempo, practicó austeridades extremas, incluyendo ayunos prolongados y vigilias, lo que debilitó su salud de forma permanente.

Debido a sus problemas de salud, regresó a Antioquía en 381. Allí fue ordenado diácono y, cinco años después, presbítero. Como sacerdote, Juan se dedicó a la predicación y al cuidado pastoral. Su elocuencia, claridad doctrinal y habilidad para aplicar las Escrituras a la vida cotidiana le ganaron una gran popularidad entre los fieles.

Durante su ministerio en Antioquía, enfrentó diversos desafíos, incluyendo la revuelta conocida como «La sedición de las estatuas» en 387, cuando los ciudadanos, en protesta por los impuestos excesivos, destruyeron estatuas del emperador Teodosio I. Juan predicó una serie de sermones conocidos como «Homilías sobre las estatuas», exhortando al arrepentimiento y la confianza en la misericordia divina.

En 398, tras la muerte del arzobispo Nectario, Juan fue nombrado Arzobispo de Constantinopla. Su nombramiento fue inesperado y estuvo rodeado de intrigas políticas. Eutropio, poderoso eunuco y consejero del emperador Arcadio, vio en Juan a una figura capaz de reformar la Iglesia y fortalecer la influencia imperial.

Como arzobispo, Juan implementó reformas estrictas. Luchó contra la corrupción dentro del clero, destituyendo a sacerdotes indignos y promoviendo la vida ascética. Redujo los gastos innecesarios y destinó recursos a hospitales y obras de caridad. Su estilo de vida austero contrastaba con la opulencia de la corte y del alto clero, lo que generó resistencia y enemistades.

La franqueza de Juan al denunciar el lujo y la inmoralidad en la corte imperial le valió la animadversión de poderosos enemigos. Entre ellos destacaba la emperatriz Eudoxia, quien se sintió personalmente atacada por las críticas de Juan a la vanidad y ostentación. Además, Teófilo, Patriarca de Alejandría, veía en Juan un rival en influencia y autoridad.

En 403, se celebró el Sínodo de la Encina en Calcedonia, convocado por los opositores de Juan. Fue acusado de herejía, insubordinación y otros cargos infundados. A pesar de la falta de evidencias sólidas, fue depuesto y exiliado. Sin embargo, una serie de eventos, incluyendo un terremoto en Constantinopla que fue interpretado como señal del descontento divino, llevaron a su regreso poco después.

La reconciliación fue breve. Juan continuó predicando con la misma intensidad, y sus sermones siguieron siendo críticos con las conductas de la corte. Un discurso en el que aludió a la emperatriz como «otra Jezabel» fue el detonante final. En 404, se ordenó su segundo y definitivo exilio.

Esta vez fue enviado a Cucusa, en Armenia, una región remota y con condiciones difíciles. A pesar de su deteriorada salud, Juan mantuvo una activa correspondencia con sus seguidores, fortaleciendo a las comunidades cristianas y denunciando las injusticias.

Las autoridades, preocupadas por su influencia continua, decidieron trasladarlo aún más lejos, a Pitiunte (actual Pitsunda, en Georgia), en la costa oriental del Mar Negro. Durante el agotador viaje, fue obligado a caminar largas distancias bajo condiciones climáticas adversas, sin consideración por su estado de salud.

El 14 de septiembre de 407, agotado y gravemente enfermo, Juan Crisóstomo falleció en Comana Pontica (en la actual Turquía). Sus últimas palabras, según se cuenta, fueron «Gloria a Dios por todas las cosas«, reflejando su inquebrantable fe y aceptación de la voluntad divina.

La noticia de su muerte provocó consternación entre sus seguidores y alimentó la oposición al emperador y a la emperatriz. Con el tiempo, la percepción sobre Juan cambió, y se reconoció la injusticia cometida en su contra.

En 438, los restos de Juan Crisóstomo fueron trasladados a Constantinopla por orden del emperador Teodosio II, hijo de Arcadio y Eudoxia, en un gesto de reconciliación y honor.

Juan Crisóstomo dejó un vasto legado literario. Sus homilías y comentarios sobre libros bíblicos como Mateo, Juan, Hechos y las Epístolas de Pablo son considerados obras maestras de la exégesis patrística. Su estilo claro y directo hacía accesible la enseñanza teológica a todos los niveles de la sociedad.

Destacó por su énfasis en la vida moral y ética del cristiano. Denunció la injusticia social, la acumulación de riquezas y la indiferencia hacia los pobres. Promovió la caridad, la humildad y la compasión como virtudes esenciales.

La Divina Liturgia de Juan Crisóstomo, una de las principales formas de la liturgia eucarística en la Iglesia Ortodoxa, se le atribuye a él. Esta liturgia refleja su profunda comprensión de la adoración y su deseo de una experiencia espiritual auténtica para los fieles.

La vida de Juan Crisóstomo es un testimonio de integridad, valentía y compromiso con la verdad. Su disposición a enfrentar el poder y la injusticia, incluso a costa de su propia vida, lo convierte en un ejemplo inspirador.

Su muerte, forzada y en condiciones inhumanas, es un recordatorio de los desafíos que enfrentan quienes defienden principios éticos y espirituales en contextos hostiles. Sin embargo, su legado demuestra que la verdad y la justicia trascienden las persecuciones temporales.

La figura de Juan Crisóstomo sigue siendo relevante en la actualidad. Sus enseñanzas sobre la justicia social, la responsabilidad moral y la necesidad de una vida espiritual auténtica resuenan en un mundo que aún lucha contra la desigualdad y la corrupción.

También le interesaría:

Al conmemorar el fallecimiento de Juan Crisóstomo el 14 de septiembre de 407, honramos a uno de los grandes padres de la Iglesia, cuya elocuencia y pasión por el Evangelio dejaron una huella indeleble en la historia cristiana.

Su vida nos desafía a buscar la verdad con valentía, a servir con humildad y a mantenernos firmes en nuestras convicciones, confiando en que, como él dijo, «Gloria a Dios por todas las cosas».

Su llamado a la coherencia entre la fe y la acción invita a los creyentes a reflexionar sobre cómo vivir de manera íntegra en medio de las presiones sociales y políticas.

Comparte en tus redes


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *