La autocomplacencia versus la administración de los recursos recibidos a la luz de los principios bíblicos ofrece una perspectiva profunda sobre la ética de la mayordomía financiera.
En el contexto cristiano, la mayordomía es la enseñanza de que todo lo que poseemos, incluido todo recurso financiero, en realidad se nos ha sido confiado por Dios, y es por ello que tenemos la responsabilidad de administrarlo de acuerdo con Su palabra y propósito; enseñanza que contrasta marcadamente la idea de que podemos gastar el dinero principalmente en el autoengrandecimiento y para nuestra satisfacción personal.
Los cristianos creemos que todo pertenece a Dios. Salmo 24:1 afirma: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan”. Este versículo transforma la forma en que como creyentes vemos las posesiones y los recursos para Su obra. Se espera que nosotros los administremos de manera que reflejen los valores y principios del reino de Dios.
Lucas 16:11 pregunta: “Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?”. La fidelidad en la administración de los recursos materiales es vista como un indicador de nuestra idoneidad para mayores responsabilidades espirituales.
El Nuevo Testamento enseña la importancia de ser generosos y de servir al prójimo con todo recurso. En Hechos 20:35, Pablo cita a Jesús diciendo: “Más bienaventurado es dar que recibir”. La generosidad no es solo un mandamiento sino una fuente de bendición.
La autocomplacencia en cambio, especialmente en términos de recursos financieros, puede llevarnos a varias consecuencias negativas en el contexto de la mayordomía bíblica.
Gastar dinero principalmente en uno mismo nos desvia significativamente de los principios bíblicos de generosidad y servicio.
Al enfocarnos en satisfacer nuestros propios deseos, se pierden oportunidades para ayudar a los más necesitados o para invertir en causas que promueven el bienestar común y el avance del Evangelio.
La autocomplacencia tiene un impacto negativo en el crecimiento espiritual, ya que fomenta el egoísmo y reduce la sensibilidad hacia las necesidades de nuestro prójimo.
Un verdadero mayordomo, según los principios cristianos, reconoce que todo lo que tiene es de Dios y lo utiliza de manera que le honra, sirve a los demás y promueve los valores del reino de Dios. Esto implica una disposición a sacrificar los deseos personales por el bien mayor, buscando primero el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33), confiando en que, al hacerlo, se atenderán las necesidades personales de acuerdo con la voluntad de Dios.
La Biblia nos llama a una reflexión continua sobre nuestras prioridades y la forma en que administramos los recursos. El desafío es vivir no para nosotros mismos, sino para Aquel que nos ha llamado a ser mayordomos fieles de todo lo que se nos ha confiado.
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