En la búsqueda de la vida abundante, aquellos que dedican su andar a seguir las huellas del Señor saben que la senda del placer por el placer mismo es un camino que conduce a la falta de propósito o significado en la vida, una sensación de vacío emocional o espiritual.
Las Escrituras nos advierten, “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21), enseñándonos que si nuestro tesoro se encuentra en las cosas efímeras de este mundo, así de fugaz será nuestro gozo.
Los siervos del Señor estamos llamados a fijar los ojos en objetivos eternos, en propósitos que reflejan la magnitud de Su amor y la profundidad de Su sabiduría.
Vivir con intenciones claras y nobles es escoger el camino menos transitado, aquel que requiere sacrificio, entrega, y una constante búsqueda de la voluntad del Padre.
Como está escrito, “Así que, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1ª Corintios 10:31). Esta es la verdadera llamada para los siervos del Señor: que cada acto, pensamiento y aspiración sean ofrendas que agraden a Dios, reflejando Su gloria y amor.
La persecución de los placeres terrenales desemboca en una sed nunca saciada, pues los deseos de este mundo pasan (1ª Juan 2:17). En cambio, la plenitud y satisfacción genuinas brotan de una vida entregada a propósitos mayores, aquella que encuentra su gozo en la obediencia y el servicio a Dios.
Es en el compromiso con los valores eternos y en la búsqueda incansable de la voluntad divina donde hallamos la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Por tanto, animémonos unos a otros a vivir no conforme a las corrientes de este mundo, sino conforme al Espíritu, buscando primero el reino de Dios y su justicia, confiando en que todo lo demás nos será añadido (Mateo 6:33).
Que nuestra vida sea un reflejo del amor de Cristo, una luz que brille en las tinieblas, guiando a otros hacia la verdadera fuente de satisfacción y gozo eterno que es Él.
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