Jim Newheiser, al referirse a la herencia celestial mencionada en 1ª Pedro 1:4, resalta una transformación fundamental que el Evangelio obra en nuestro corazón.
La promesa de una “herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible” realza no solo la calidad eterna y pura de lo que esperamos de Cristo en el cielo, sino también un cambio profundo en la perspectiva y las prioridades.
La enseñanza de que esta herencia está “reservada en los cielos para vosotros” nos asegura que es algo seguro, garantizado por Dios mismo, y no está sujeta a las inestabilidades y corrupción de las riquezas terrenales. A diferencia de los bienes materiales, que pueden degradarse, perderse o ser robados, esta herencia es eterna y permanente.
Newheiser utiliza este contraste para animarnos a vivir no en la acumulación de riqueza terrenal, que es transitoria y a menudo nos lleva a la deuda y la preocupación, sino en el anhelo y la búsqueda de las riquezas celestiales.
La vida transformada por el Evangelio mira más allá de la satisfacción inmediata y temporal, buscando tesoros en el cielo donde “ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan”. (Mateo 6:20)
Por tanto, la perspectiva bíblica que Newheiser nos recuerda no es solo un llamado a la moderación financiera y la libertad de la deuda, sino una invitación a valorar y priorizar lo eterno sobre lo temporal, lo espiritual sobre lo material, y la promesa divina sobre la gratificación instantánea.
Es un llamado a vivir con una perspectiva celestial, donde nuestras acciones y decisiones reflejan la seguridad y la esperanza de lo que está prometido en Cristo Jesús.
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