Nunca he visto Justo Desamparado ni a su Descendencia Mendiga Pan

El versículo de Salmos 37:25, donde el salmista expresa que nunca ha visto al justo desamparado ni a su descendencia mendigando pan, refleja la experiencia personal y la confianza del autor en la providencia divina.

Esta declaración es un testimonio de fe en la fidelidad de Dios para cuidar de aquellos que le siguen y viven según sus preceptos. Sin embargo, es importante entender este versículo en el contexto más amplio de las Escrituras y la realidad humana, incluyendo la existencia de huérfanos y viudas pobres.

Primero, este versículo no niega la realidad de la pobreza, ni la presencia de sufrimiento entre los justos. La Biblia reconoce en múltiples ocasiones la existencia de injusticias, sufrimiento y necesidad en el mundo. De hecho, hay mandamientos específicos sobre cuidar a los huérfanos, las viudas y los pobres, lo que indica que Dios está consciente de estas realidades y llama a su pueblo a actuar con compasión y justicia hacia los más vulnerables. (Santiago 1:27)

La aparente contradicción se resuelve al entender que la afirmación del salmista es una expresión de confianza en que, a largo plazo, Dios provee y cuida de aquellos que son fieles. No significa que los justos nunca enfrentarán dificultades materiales o que sus vidas estarán libres de desafíos. Más bien, sugiere que en el gran esquema de la vida y la historia de salvación de Dios, Él no abandona a sus fieles a la desesperación total ni los deja sin recurso alguno.

Además, la promesa de provisión y cuidado de Dios a menudo se manifiesta a través de Su Iglesia. Dios llama a Su pueblo a ser las manos y los pies de Cristo en la tierra, proveyendo para las necesidades de los demás y cuidando a los huérfanos y las viudas. En este sentido, la provisión divina a menudo llega a través de actos concretos de amor, generosidad y justicia por parte de Su cuerpo que es la Iglesia.

Entender este versículo como una hiperbole que expresa la fidelidad de Dios hacia los justos ayuda a reconciliar la realidad de la pobreza y el sufrimiento con la promesa de la providencia de Dios. Nos recuerda mantener nuestra confianza en Dios y nos motiva a participar activamente en su trabajo de cuidado y provisión para los necesitados, cumpliendo así con nuestro papel en la manifestación de su reino de justicia y amor en la tierra.

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