Seamos lo que Decimos Ser, Mateo 5:37

Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.” Mateo 5:37.

En este versículo, la palabra «hablar» en el griego original es «λόγος» (*logos*), que no solo se refiere a nuestras palabras, sino también a nuestras promesas y compromisos. Como siervos del Señor, somos llamados a ser fieles en todo lo que decimos, especialmente en nuestras responsabilidades financieras. 

El «» (ναι, *nai*) y el «no» (οὐ, *ou*) representan la claridad y la integridad que deben caracterizar nuestra administración de los bienes del Señor. Si decimos que vamos a hacer algo, debemos hacerlo con total transparencia, sin dobleces ni excusas, reflejando así nuestra fidelidad como administradores de lo que el Señor nos ha confiado.

La palabra «mal» en este contexto proviene del griego «πονηρός» (*poneros*), que implica algo malo o maligno, pero también connota lo que es improductivo o inútil. Como ministros de Cristo, nuestra integridad en el manejo de las finanzas debe evitar cualquier forma de engaño o manipulación, que no solo sería moralmente incorrecto, sino también improductivo en el reino de Dios. 

En lugar de utilizar nuestros recursos para fines egoístas o fraudulentos, debemos emplearlos en formas que multipliquen la bendición, sabiendo que todas las riquezas pertenecen al Señor.

Un ejemplo práctico de esto podría ser la honestidad en nuestros tratos comerciales. Si prometemos pagar una deuda o dar una una ofrenda, debemos hacerlo sin vacilación ni demora. Por ejemplo, si un administrador promete apoyar a una obra misionera, pero luego utiliza los fondos para fines personales, no solo está faltando a su palabra, sino que está actuando en contra del principio divino de integridad financiera, lo cual, como dice el versículo, «procede de mal«, Hechos 5:1-11.

El versículo también nos enseña que lo que decimos que somos, eso debemos ser. Cuando afirmamos con nuestras palabras que somos discípulos de Cristo, siervos del Dios Altísimo, estamos declarando una identidad que debe reflejarse en nuestras acciones y decisiones, especialmente en el manejo de nuestras finanzas. 

La integridad en nuestro «» y en nuestro «no» no solo se trata de cumplir con nuestras palabras, sino de vivir de manera coherente con la identidad que hemos declarado en Cristo. 

Si decimos que somos administradores fieles de los recursos del Señor, nuestras decisiones financieras deben demostrar esa fidelidad. Esto implica que nuestras acciones deben alinearse con lo que proclamamos ser, demostrando que somos siervos confiables y verdaderos en todas las áreas de nuestra vida.

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En resumen, aplicar estos principios significa manejar las finanzas de manera que honre a Dios, siendo claros, honestos y transparentes en todas las decisiones económicas. 

Al reconocer que los bienes que administramos son del Señor, estamos llamados a utilizarlos de acuerdo con su voluntad, evitando cualquier forma de maldad o improductividad que no contribuya al crecimiento de Su reino. 

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