“Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios.” Romanos 1:1 (RVR1960)
Pablo inicia su carta a los Romanos identificándose como “siervo de Jesucristo”, una expresión que resuena profundamente con el lenguaje del Antiguo Testamento, donde el título “siervo de Jehová” era utilizado para describir a aquellos llamados y consagrados por Dios para cumplir Su propósito. Este término no es meramente una referencia de humildad, sino una declaración de total sumisión, obediencia y dedicación al Señor.
En el Antiguo Testamento, figuras como Moisés, David y los profetas eran denominados “siervos de Jehová” (Éxodo 14:31, 2 Samuel 7:5, Isaías 42:1), destacando su rol como instrumentos escogidos por Dios para llevar a cabo Su obra redentora.
Al utilizar esta expresión, Pablo se coloca en la continuidad de esta tradición, señalando que su ministerio está enraizado en el cumplimiento de las promesas de Dios y en la autoridad divina.
No es un mensajero independiente, sino alguien enviado por Cristo mismo, cumpliendo la misión del nuevo pacto en la proclamación del evangelio. Sin embargo, al identificarse como “siervo de Jesucristo”, Pablo también destaca la centralidad de Cristo como el Señor a quien sirve, igualándolo con Jehová.
Esta declaración implica que Jesús no es simplemente un maestro o un líder espiritual, sino el mismo Dios encarnado, digno de la devoción total que los siervos de Jehová ofrecían en el Antiguo Testamento.
Pablo reconoce que su vida y ministerio están completamente entregados al Hijo de Dios, quien, en su muerte y resurrección, ha cumplido todas las promesas del pacto antiguo.
El concepto de siervo en este contexto también lleva implícita una profunda libertad. Ser “siervo de Jesucristo” significa estar liberado del pecado, la muerte y la condenación, y ahora vivir plenamente bajo la gracia de Dios (Romanos 6:22).
Esta servidumbre no es una carga, sino un privilegio, porque el siervo de Cristo no actúa bajo coerción, sino bajo el poder transformador del Espíritu Santo, movido por amor y gratitud hacia Aquel que lo redimió.
En nuestra vida cristiana, ser siervos de Jesucristo implica seguir este mismo ejemplo de Pablo. Estamos llamados a renunciar a nuestra propia voluntad para someternos a la autoridad de Cristo en todas las áreas de nuestra vida.
Esto no es una simple obligación, sino una respuesta natural a Su gracia y al llamado divino. Así como los siervos de Jehová en el Antiguo Testamento y los apóstoles en el Nuevo, somos invitados a vivir para la gloria de Dios, proclamando el evangelio y participando en Su obra redentora en el mundo.
También le interesaría:
De este modo, Romanos 1:1 no solo introduce el ministerio de Pablo, sino que establece un modelo para todos los creyentes: una vida de obediencia, sumisión y servicio a Cristo como respuesta al llamado divino.
Al igual que Pablo, nosotros también somos siervos de Jesucristo, siervos de Jehová, llamados a participar en Su propósito eterno y vivir para Su gloria.
Deja una respuesta