En el ámbito financiero, se define un activo como todo aquello que genera ingresos o valor sostenido con el tiempo; mientras que un pasivo representa una obligación o algo que demanda recursos y disminuye la capacidad financiera.
Aunque esta distinción es conocida en los círculos de inversión, la Escritura, sin utilizar tales términos modernos, ofrece principios profundamente alineados con este pensamiento, bajo una óptica espiritual, moral y eterna.
Desde el principio, Dios encargó al ser humano el mandato de administrar bien lo creado (Génesis 1:28; 2:15). La tarea de Adán en el Edén no fue de consumo irreflexivo, sino de cultivar, guardar y multiplicar lo confiado por Dios.
Este mandato anticipa el principio de adquirir y sostener activos: recursos que honren a Dios, bendigan al prójimo y no consuman innecesariamente las fuerzas de quien los posee.
1. El trabajo como fuente de activos. El apóstol Pablo escribe en Efesios 4:28: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.”
Aquí se establece un flujo triple: trabajo — ingresos — generosidad. El resultado del trabajo no es el gasto inmediato (pasivo), sino la creación de un recurso disponible para ayudar.
Este principio enseña que el trabajo diligente debe traducirse en una acumulación útil y generosa, no en consumo sin propósito.
2. La sabiduría en la administración: la adquisición de bienes útiles. Salomón, en Eclesiastés 11:2, exhorta: “Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra.”
Esto implica diversificación, previsión, y construcción de activos. Aunque este pasaje tiene un matiz generoso, subraya el principio de no concentrar recursos en lo efímero, sino en lo que tenga valor y capacidad de sostenerse en la adversidad.
En Lucas 14:28, Jesús plantea una pregunta crucial: “¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?”
La reflexión muestra que la adquisición sin planificación, sin asegurar primero la capacidad de sostener (activo), es necedad.
3. El peligro de los pasivos que esclavizan. En Proverbios 22:7 se lee: “El rico se enseñorea de los pobres, y el que toma prestado es siervo del que presta.”
Toda deuda que no produce retorno es un pasivo que esclaviza. La Escritura no condena toda forma de deuda, pero advierte que el endeudamiento por consumo o apariencia es destructivo.
Muchos hogares se hunden por adquirir pasivos disfrazados de activos — casas demasiado caras, vehículos de lujo que se deprecian, modas pasajeras — mientras descuidan la inversión en activos verdaderos como la educación, el ahorro, y la generosidad estratégica.
4. El mayor activo es espiritual. Jesús advirtió en Mateo 6:19-20: “No os hagáis tesoros en la tierra… sino hacéos tesoros en el cielo…”
Aunque estas palabras pueden parecer desvinculadas de la economía, en realidad enseñan el principio más elevado de los activos: la inversión eterna.
Un activo que no se puede perder, ni destruir, ni robar, es aquel que se cultiva en la obediencia, el amor, el servicio y la fe.
En 1ª Timoteo 6:18-19, Pablo exhorta: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir, que echen mano de la vida eterna.”
Aquí vemos el principio de inversión sabio: lo que parece una pérdida (dar), en realidad es acumulación celestial.
La diferencia entre activos y pasivos, a la luz de la Escritura, no es meramente contable, sino espiritual.
El creyente sabio no vive guiado por la apariencia del éxito, sino por la voz del Dueño de todo.
Su economía se estructura sobre tres columnas: productividad, administración fiel y generosidad responsable.
No se deja arrastrar por el consumo impulsivo, ni esclavizar por la deuda que no construye, sino que invierte tiempo, recursos y capacidades en lo que da fruto verdadero.
En palabras de Jesús: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto.” (Lucas 16:10)
La economía del Reino se basa en fidelidad, no en cantidad.
Cada decisión económica revela si acumulamos lo que permanece o si gastamos en lo que se desvanece.
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