Desde sus raíces más profundas, Estados Unidos fue fundado bajo una cosmovisión marcadamente cristiana y reformada. Los primeros colonos puritanos no eran simples exploradores económicos, sino peregrinos que huían de la persecución religiosa en Europa, deseando establecer una sociedad que glorificara a Dios y viviera conforme a Su Palabra.
Para ellos, el trabajo, la mayordomía, la educación y la libertad eran expresiones del señorío de Cristo sobre todas las áreas de la vida.
Sin embargo, cuando en la actualidad se acusa a Estados Unidos de ser ambicioso, avaro o capitalista desalmado, hay un desfase profundo entre el espíritu fundacional y el estado cultural moderno. Esta contradicción puede y debe ser explicada tanto bíblica como históricamente.
1. El legado puritano: raíces reformadas de una nación. Los puritanos que desembarcaron del Mayflower en 1620 no eran simplemente colonos. Eran herederos de la Reforma protestante, especialmente de su rama calvinista.
Para ellos:
• El trabajo era una vocación divina (vocatio), no una carga.
• La acumulación no era un fin en sí mismo, sino una mayordomía fiel para la gloria de Dios.
• El ahorro, la disciplina, la educación y la moralidad pública eran deberes espirituales.
• Fundaron universidades como Harvard (1636), Yale (1701) y Princeton (1746) no como centros humanistas, sino para formar ministros y ciudadanos que gobernaran bajo los principios de las Escrituras.
En ese contexto, el capitalismo que practicaban era profundamente ético y regulado por la conciencia cristiana. Max Weber, en su célebre obra La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, señala que el protestantismo calvinista fue clave para el surgimiento de un capitalismo disciplinado, laborioso y austero, no codicioso.
2. El desvío: secularización de las instituciones y cambio de paradigma. Lo que observamos en siglos posteriores no fue una continuidad de ese legado, sino una secularización progresiva. Las universidades fundadas por puritanos fueron abandonando su cosmovisión bíblica.
Harvard y Yale se volvieron racionalistas; Princeton abrazó el modernismo teológico. Lo que comenzó como teocentrismo mutó en antropocentrismo.
A medida que Estados Unidos prosperó, también lo hizo una nueva forma de capitalismo desarraigada de su ética reformada. El capital ya no era un instrumento para la gloria de Dios, sino una meta por sí mismo.
La productividad dejó de estar sujeta a principios bíblicos y comenzó a girar en torno al consumo, la deuda, la especulación y la codicia. La riqueza ya no se veía como un medio para bendecir, sino para acumular.
3. El error de juzgar el presente ignorando el pasado. Entonces, cuando alguien afirma que Estados Unidos es avaro porque es capitalista, confunde el verdadero problema.
No es el sistema de libre empresa lo que produce la codicia, sino la ausencia de un marco bíblico que lo regule.
El problema no es el capitalismo en sí, sino el corazón humano caído, que si no es regenerado por el Espíritu, corrompe cualquier sistema económico.
La Biblia no condena la riqueza ni la empresa privada. Condena la codicia, la injusticia y la explotación: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero…” (1ª Timoteo 6:10) “Pesas y medidas falsas, ambas cosas son abominación a Jehová.” (Proverbios 20:10) “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.” (Proverbios 11:25)
El problema no es que haya empresarios, sino que haya falta de temor de Dios en quienes poseen o administran riquezas.
4. Una lectura más justa y bíblica. Por tanto, no es correcto asociar automáticamente la ambición moderna de Estados Unidos con el legado de sus padres fundadores. De hecho, es justo decir que Estados Unidos ha traicionado el espíritu reformado que le dio origen.
Como en el libro de los Jueces, tras una generación fiel, se levantó otra que no conocía al Señor (Jueces 2:10). Así ha ocurrido también allí.
Las universidades que una vez proclamaban “Cristo y la Iglesia” como lema, hoy promueven ideologías que niegan la verdad de Dios. La economía que nació bajo principios de honestidad y trabajo diligente, hoy muchas veces se ve dominada por la especulación, el hedonismo y el individualismo radical.
5. Conclusión: lo que realmente debemos denunciar. Entonces, ¿qué debemos denunciar los cristianos? No es el capitalismo, sino el capitalismo sin Cristo.
No es la libre empresa, sino la empresa sin ética.
Y no es Estados Unidos como nación, sino la apostasía de su fe original.
Como dice Jeremías: “Así dijo Jehová: Deteneos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.” (Jeremías 6:16)
Lo que América necesita no es un nuevo sistema económico, sino un nuevo avivamiento del evangelio reformado que una vez la fundó.
Solo cuando Cristo reine en el corazón de las personas, el dinero dejará de ser su ídolo.
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