El 17 de enero de 1525 (Historia Moderna), marcó un momento crucial en la historia de la Reforma Protestante, específicamente en el contexto de los debates sobre el bautismo infantil. En ese día, el Consejo de la ciudad de Zúrich convocó una discusión pública para abordar una cuestión que dividía a los reformadores y sus seguidores: la práctica del bautismo de infantes frente al bautismo de creyentes adultos.
Esta disputa no solo tenía implicaciones teológicas, sino también sociales y políticas, ya que afectaba la estructura religiosa y comunitaria de Zúrich y otras regiones reformadas.
Ulrich Zwingli, el líder de la Reforma en Zúrich, defendía la práctica del bautismo infantil como un acto de pacto o alianza. Según Zwingli, el bautismo no era simplemente un acto individual de fe, sino un signo visible de la membresía en la comunidad del pacto de Dios.
En este sentido, veía el bautismo de infantes como un paralelo al rito de la circuncisión en el Antiguo Testamento. Así como los hijos de Israel eran circuncidados como señal de pertenencia al pueblo de Dios, los hijos de los cristianos debían ser bautizados para ser reconocidos como parte del pueblo del Nuevo Pacto.
Este enfoque reforzaba la idea de que la iglesia era una comunidad visible, en la que la fe personal y la responsabilidad comunitaria estaban intrínsecamente unidas.
Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con esta interpretación. Un grupo emergente, que más tarde sería conocido como los Anabaptistas, cuestionó la validez del bautismo infantil. Entre sus líderes destacados estaban Conrad Grebel y Felix Manz, quienes habían sido seguidores de Zwingli, pero que llegaron a diferir profundamente de él en este punto.
Los Anabaptistas sostenían que el bautismo debía ser un acto consciente de fe, un testimonio personal de la conversión y la entrega a Cristo. Según ellos, un infante no podía tomar esa decisión ni expresar fe, por lo que el bautismo de niños no tenía validez espiritual.
Para los Anabaptistas, el bautismo no era un acto de entrada en una comunidad cultural o nacional, sino una declaración pública de fe personal. Esta diferencia fundamental en la comprensión del bautismo reflejaba una visión más radical de la iglesia.
Los Anabaptistas defendían una iglesia compuesta únicamente por creyentes comprometidos, una “comunidad de santos” formada por aquellos que voluntariamente aceptaban a Cristo y prometían seguirle.
Esa postura, sin embargo, desafiaba las estructuras eclesiásticas y sociales de la época, donde la iglesia y el Estado estaban entrelazados y la afiliación religiosa se consideraba un asunto colectivo.
El debate en Zúrich, convocado por el Consejo de la ciudad, no se limitó a una discusión teológica abstracta. Era un intento de resolver una creciente tensión que amenazaba con fragmentar la comunidad.
A pesar de los argumentos presentados por Grebel, Manz y otros, el Consejo apoyó la posición de Zwingli, manteniendo la práctica del bautismo infantil como norma oficial. Esto marcó un punto de ruptura entre los reformadores magisteriales, como Zwingli, que trabajaban dentro de las estructuras de poder existentes, y los anabaptistas, que abogaban por una separación más radical entre la iglesia y el Estado.
El resultado inmediato fue la intensificación de la persecución contra los anabaptistas. El rechazo del bautismo infantil se consideraba no solo una desviación teológica, sino también un acto subversivo que ponía en peligro el orden social y religioso.
Grebel y Manz, junto con otros anabaptistas, fueron detenidos, multados y, en muchos casos, exiliados. Eventualmente, algunos enfrentaron la pena de muerte.
Este período marcó el inicio de una larga historia de persecución contra los anabaptistas, quienes, a pesar de la oposición, continuaron defendiendo el bautismo de creyentes adultos como un acto central de fe y fidelidad a Cristo.
En el contexto más amplio de la Reforma Protestante, el debate del 17 de enero de 1525 ilustra cómo la Reforma no fue un movimiento monolítico.
Aunque compartían la oposición a la autoridad papal y buscaban una reforma en la enseñanza y práctica de la iglesia, los reformadores divergieron significativamente en cuestiones clave como el bautismo, la eclesiología y la relación entre la iglesia y el Estado.
La controversia sobre el bautismo no solo dio lugar a la aparición del movimiento anabaptista, sino que también subrayó las tensiones inherentes a la búsqueda de una iglesia puramente bíblica en un mundo profundamente entrelazado con estructuras políticas y culturales.
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