“… de gracia recibisteis, dad de gracia.” Mateo 10:8b (RVR1960)
En este versículo, nuestro Señor Jesucristo nos enseña que todo lo que tenemos es un regalo de Su gracia infinita.
Como siervos de Cristo, somos llamados a reflejar Su generosidad al compartir lo que Él nos ha confiado. Este mandato no solo aplica a los dones espirituales, sino también a los recursos materiales, las finanzas y cualquier bien que nos haya sido encomendado.
La esencia de este principio radica en reconocer que nada de lo que poseemos es nuestro, sino que todo proviene de la abundante bondad de Dios.
La palabra “gracia” en el texto original griego es χάρις (charis), que implica un favor inmerecido, un regalo otorgado sin que el receptor lo merezca. Esto nos recuerda que las riquezas y bienes que administramos son dádivas de Dios, no logros de nuestro propio mérito.
La palabra “dad” proviene del término griego δίδωμι (didōmi), que significa dar libremente, sin esperar nada a cambio, reflejando el carácter generoso de nuestro Señor.
Ese análisis nos guía a un principio claro: como mayordomos, debemos administrar lo que se nos ha confiado con una actitud generosa y desinteresada, reconociendo que nuestras finanzas pertenecen al Señor.
El principio de dar con gracia también encuentra eco en 2ª Corintios 9:7, donde se nos dice: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.” Este versículo refuerza que nuestras acciones como administradores deben fluir de un corazón agradecido, sometido a la voluntad de Dios y no de una obligación legalista.
Cuando damos de lo que se nos ha encomendado, testificamos que confiamos plenamente en la provisión divina y que nuestras prioridades están conforme a los propósitos eternos de Cristo.
Un ejemplo práctico de este principio puede verse en el caso de una madre de familia que recibe un ingreso extra inesperado. En lugar de gastarlo únicamente en comodidades personales, ella decide apartar una parte para apoyar a una familia necesitada en su congregación y contribuir al sustento de un ministerio local.
Ese acto demuestra que reconoce que ese ingreso no le pertenece, sino que es un recurso dado por el Señor para ser administrado conforme a Su voluntad.
También le interesaría:
En resumen, el llamado a dar de gracia lo que hemos recibido es un recordatorio de nuestra dependencia de Cristo Jesús y de Su provisión abundante.
Este principio nos invita a vivir como administradores fieles, reconociendo que nuestras decisiones financieras deben honrar a Dios y reflejar Su carácter generoso.
Al someter nuestros pensamientos y acciones a Su voluntad, nuestras vidas testificarán que Jesús es la fuente de todas las riquezas, y que vivimos para glorificarle en todo lo que hacemos.
Deja una respuesta