“Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.” Hechos 3:6 (RVR1960)
Este versículo presenta una enseñanza crucial sobre la mayordomía de los bienes materiales y espirituales. A través de este pasaje, vemos que Pedro no se enfoca en lo que no tiene en términos materiales, sino en lo que posee en Cristo.
Aquí se nos revela una clave importante: Aunque como siervos de Cristo puede que no siempre dispongamos de bienes materiales, somos ricos en las bendiciones espirituales que podemos ofrecer a los demás.
Jesús es la fuente de todas las riquezas, tanto espirituales como materiales, y como administradores de sus dones, debemos recordar que nuestro enfoque no está en lo terrenal, sino en cómo podemos glorificar al Señor con lo que tenemos.
La frase clave «oro ni plata» en griego es «argyrion» (ἀργύριον), que se refiere no solo al metal precioso, sino a bienes monetarios en general. Pedro aclara que él no posee este tipo de riqueza en ese momento, pero lo que ofrece es algo de mucho mayor valor, el poder y la sanidad en el nombre de Jesucristo.
Por otro lado, la palabra «dar» en griego es «didomi» (δίδωμι), que implica una acción generosa y desinteresada, enfatizando que lo que tenemos como siervos de Cristo no es para retener, sino para compartir con otros.
Un principio relevante para la mayordomía financiera extraído de este versículo es que, como ministros de Cristo, debemos ser generosos con lo que tenemos, ya sea material o espiritual, sabiendo que todo lo que poseemos pertenece al Señor.
En Mateo 6:19-21, Jesús enseña que no debemos acumular tesoros en la tierra, sino en el cielo, porque donde esté nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón. Esto refuerza la idea de que las riquezas terrenales no son el fin último de nuestro llamado como administradores, sino que debemos usarlas para los propósitos eternos de Dios.
Un ejemplo práctico de este principio sería la forma en que un cristiano maneja su presupuesto familiar. Puede que no tenga mucho dinero, pero su prioridad debería ser honrar al Señor con sus ingresos, ya sea dando generosamente a la obra del Señor o ayudando a los necesitados. Aun cuando los recursos financieros sean limitados, nuestro Señor nos llama a usar lo que tenemos con sabiduría y fe, reconociendo que Él es la fuente de todo, y que al hacerlo, reflejamos Su generosidad.
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En resumen, este versículo nos enseña que las finanzas, como todo lo demás en nuestras vidas, deben estar sometidas a la soberanía de Cristo.
Al recordar que somos simples mayordomos de lo que el Señor nos ha confiado, podemos manejar nuestros bienes con generosidad, sabiduría y fe, siempre con la mirada puesta en los tesoros eternos y no en los temporales.
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