El Edicto de Tesalónica, emitido el 27 de febrero de 380 (Historia Antigua), por los emperadores Graciano, Valentiniano II y Teodosio I, marcó un punto de inflexión decisivo en la historia del cristianismo dentro del Imperio Romano.
Este edicto estableció el cristianismo niceno, tal como se definió en el primer Concilio de Nicea en 325, como la religión oficial del Imperio Romano.
La importancia de este edicto radica en su declaración de que todos los ciudadanos del imperio deberían adherirse a la fe que Pedro, considerado el primer obispo de Roma, transmitió a los romanos.
Esta fe se refiere específicamente al credo establecido en Nicea, que afirmaba la naturaleza divina de Jesucristo y establecía las bases doctrinales del cristianismo ortodoxo frente a otras interpretaciones consideradas herejías, como el arrianismo.
Al referirse a la religión que “el divino apóstol Pedro dio a los romanos”, el edicto no solo reconocía la autoridad de la Iglesia de Roma, que según la tradición fue fundada por Pedro, sino también legitimaba el papel del emperador como un protector del cristianismo ortodoxo.
Este acto de autoridad imperial no solo consolidó la posición del cristianismo niceno frente a otras variantes del cristianismo, sino que también inició un proceso de cristianización del espacio público y de la política imperial, restringiendo las prácticas de otras religiones y corrientes cristianas consideradas no ortodoxas.
En resumen, el Edicto de Tesalónica fue fundamental para la unificación doctrinal del cristianismo bajo la autoridad del credo niceno y para la integración de la Iglesia y el Estado, sentando las bases para la Cristiandad medieval en Europa y el papel de la Iglesia Católica como una institución central en la vida política y espiritual del continente.
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