En la Iglesia primitiva, la predicación de Jesús se centraba en la simple pero poderosa proclamación del Evangelio.
No necesitaban grandes cantidades de dinero ni elaboradas producciones para compartir el mensaje de salvación.
Reunidos en hogares, en las calles o en lugares públicos y en otras oportunidades en sitios ocultos producto de una persecución, los primeros cristianos compartían su fe con humildad y convicción.
No existían grandes espectáculos ni eventos ostentosos.
La atención se centraba en la enseñanza de las Escrituras y en el testimonio transformador de vidas cambiadas por el poder del Evangelio.
Las reuniones eran sencillas pero llenas de la presencia de Dios.
En contraste, en la actualidad, la monetización de la Iglesia ha llevado a un enfoque excesivo en la producción de eventos y espectáculos.
Se ha perdido de vista la simplicidad y la centralidad de la predicación de la Palabra.
Se gasta una gran cantidad de recursos en tecnología, escenografías y entretenimiento, en lugar de invertir en la proclamación directa del Evangelio, en la ayuda al huérfano y la viuda.
Es triste ver cómo se ha desviado el enfoque y misión de la Iglesia, priorizando lo material y sobretodo lo monetario, por sobre lo espiritual.
La dependencia en el dinero y en las actividades extravagantes ha eclipsado la verdadera misión de llevar el Evangelio a todas las naciones y todo se ha vuelto eventos locales.
Hemos caído en la trampa de aceptar el lema de que “sin dinero no se puede predicar el Evangelio de manera efectiva”.
Si se piensa que se necesita un espectáculo para comunicar el mensaje, se puede entender ese argumento, pero no se puede justificar la forma en que se lleva a cabo.
En conclusión, nunca se ha visto tan necesario el dinero como en la actualidad, para llevar el Evangelio a las naciones.
La Iglesia primitiva nos muestra que lo esencial es el poder transformador del mensaje de Jesús, no los recursos financieros y materiales.
Es hora de volver a los principios básicos del Evangelio y dejar de lado las distracciones que nos alejan de nuestra verdadera misión, que muchas tribus no alcanzadas aún esperan oír el Evangelio.
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