El Primero y Grande Mandamiento; Mateo 22:37-38

Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.” Mateo 22:37-38 (RVR1960)

En este pasaje, Jesús responde a la pregunta de cuál es el mandamiento más importante, señalando que amar a Dios es el fundamento de toda la ley. 

Este amor no es una emoción superficial ni una devoción parcial, sino un compromiso total e integral que abarca todo nuestro ser: corazón, alma y mente. Para comprender la profundidad de este mandamiento, es útil explorar algunas de las palabras clave en el griego original.

1. “Amarás” (ἀγαπήσεις, agapēseis). La palabra agapēseis proviene del verbo agapáō, que se refiere a un amor profundo, deliberado y sacrificial. Este tipo de amor no depende de emociones o circunstancias, sino que es una decisión activa de poner a Dios en el centro de nuestra existencia. No se trata de amar a Dios con nuestras sobras, sino de ofrecerle un amor exclusivo, prioritario y reverente.

2. “Señor” (Κύριον, Kýrion). La palabra Kýrion enfatiza la soberanía y autoridad de Dios. Este amor no es hacia cualquier entidad, sino hacia el Señor, el único digno de devoción absoluta. Reconocer a Dios como Kyrios implica someternos completamente a Su voluntad y reconocer Su gobierno sobre toda nuestra vida.

3. “Corazón” (καρδίᾳ, kardía). En el pensamiento hebreo y griego, kardía no se limita a los sentimientos, sino que incluye el núcleo de nuestra identidad: el centro de nuestros pensamientos, deseos y emociones. Amar a Dios con todo el corazón significa que Él debe gobernar lo más profundo de nuestro ser, orientando nuestras intenciones y afectos hacia Su gloria.

4. “Alma” (ψυχῇ, psyjḗ). La palabra psyjḗ se refiere a la esencia misma de la vida. Es el principio vital que nos hace seres vivientes. Amar a Dios con toda el alma significa que toda nuestra vida, energía y fuerza vital están dedicadas a Él. Todo lo que somos y hacemos debe ser un acto de adoración.

5. “Mente” (διανοίᾳ, dianoía). El término dianoía abarca el entendimiento, el pensamiento y la reflexión. Este amor no es irracional ni ciego, sino que involucra un compromiso consciente y deliberado con Dios. Amar con toda la mente implica renovar nuestro entendimiento conforme a la Palabra de Dios, dedicando nuestros pensamientos a la verdad que Él revela.

6. “Primero” (πρῶτος, prōtos). La palabra prōtos indica prioridad absoluta. Este mandamiento no es uno más en una lista de deberes; es el principal y el fundamento de todos los demás. Amar a Dios debe ser la fuerza motriz detrás de toda decisión, acción y relación en nuestras vidas.

7. “Grande” (μέγας, megas). El término megas no solo resalta la importancia de este mandamiento, sino también su alcance y supremacía. No hay nada más elevado ni más digno que amar a Dios con todo lo que somos.

Reflexión Teológica. Desde una perspectiva calvinista, este mandamiento nos recuerda que el amor a Dios no es algo que podamos producir por nosotros mismos, sino que es una respuesta al amor que Él nos mostró primero (1ª Juan 4:19). 

Por nuestra naturaleza caída, estamos inclinados a amar otras cosas: ídolos, placeres o a nosotros mismos. Sin embargo, el Espíritu Santo transforma nuestro corazón para que podamos amar a Dios de la manera que Él merece.

Además, amar a Dios de esta manera es un reflejo de nuestra redención en Cristo. Jesús cumplió perfectamente este mandamiento en nuestro lugar y nos reconcilió con el Padre para que, unidos a Él, podamos amar a Dios con un corazón renovado.

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Aplicación Práctica. Este amor total hacia Dios se cultiva mediante la oración, la meditación en la Palabra y la obediencia a Su voluntad. 

Nos llama a examinar nuestras vidas para identificar cualquier cosa que compita con nuestra devoción hacia Él y a dedicar cada aspecto de nuestra existencia—pensamientos, deseos, decisiones y acciones—como un acto de adoración.

El Gran Mandamiento no solo establece el propósito de nuestra vida, sino que también nos señala nuestra dependencia de la gracia de Dios para cumplirlo. 

En Cristo y por medio de Su Espíritu, somos capacitados para amar a Dios principal y singularmente, como lo demanda este mandamiento.

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