La observación de Mark Twain sobre la facilidad de engañar a las personas en comparación con el desafío de convencerlas de que han sido engañadas resuena profundamente cuando se aplica al contexto del “evangelio” de la prosperidad.
Este mensaje, promovido por individuos que se presentan como pastores pero cuyas intenciones distan mucho de ser las de verdaderos guías espirituales, se centra en la promesa de riqueza material y éxito como indicadores de la bendición divina.
A menudo, estos líderes explotan la fe y la esperanza de sus seguidores, prometiendo que la prosperidad vendrá como resultado directo de su fe y, más específicamente, de sus donaciones financieras.
La dificultad no radica tanto en señalar las discrepancias teológicas entre ese “evangelio” y las enseñanzas bíblicas auténticas; la verdadera tarea es abrir los ojos de aquellos que han sido seducidos por tales promesas.
Estas personas, a menudo en situaciones de vulnerabilidad, buscan desesperadamente una señal de la aprobación divina en su bienestar material.
Han sido convencidas de que su fe se mide por su prosperidad económica y que cualquier falta de ella indica una falta de fe.
Para abordar este engaño, es esencial volver a las Escrituras, presentando cuidadosamente cómo el verdadero Evangelio se centra en Cristo y su obra redentora, no en las riquezas terrenales.
La enseñanza bíblica sobre la mayordomía, el contentamiento y la verdadera prosperidad espiritual debe ser expuesta con claridad y amor.
Este proceso implica desmantelar las falsas promesas punto por punto, mostrando cómo los apóstoles y los primeros cristianos encontraron en su fe no la promesa de riqueza, sino la presencia constante y suficiente de Cristo a través de todas las circunstancias.
Sin embargo, el mayor desafío sigue siendo el corazón humano, que “engañado está más allá de todo lo imaginable”, y prefiere a menudo la comodidad de la ilusión a la realidad de la verdad que confronta y transforma.
Es más fácil para muchos aferrarse a la esperanza de que su fe pueda ser medida y recompensada en términos materiales, que enfrentar la realidad de que han sido engañados por aquellos a quienes confiaron su guía espiritual.
Por lo tanto, la tarea no es solo teológica, sino profundamente pastoral. Requiere paciencia, compasión y persistencia, recordando que el objetivo no es simplemente ganar un argumento, sino guiar a las almas de regreso a la verdadera esencia del Evangelio: una relación transformadora con Jesucristo, que promete una paz que sobrepasa todo entendimiento y una herencia eterna que ninguna riqueza terrenal puede comparar.
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