“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” 2ª Corintios 13:5 (RVR1960)
En este versículo, el apóstol Pablo nos exhorta a «examinarnos» y «probarnos» a nosotros mismos. La palabra «examinaos» proviene del griego «πειράζω» (peirazō), que significa poner a prueba, investigar o analizar con detenimiento.
Este llamado a la autoevaluación se relaciona profundamente con nuestra responsabilidad como administradores de los bienes que el Señor nos ha confiado. Como siervos de Cristo, debemos continuamente evaluar cómo manejamos los recursos que nos han sido confiados, reconociendo que todo lo que tenemos pertenece a nuestro Señor y no a nosotros mismos.
La palabra «probaos«, traducida del griego «δοκιμάζω» (dokimazō), sugiere un proceso de verificación rigurosa para asegurar que nuestras acciones están alineadas con la voluntad de Dios.
Como mayordomos, esto implica que las decisiones financieras deben ser examinadas bajo la luz de las Escrituras para garantizar que estamos utilizando los bienes del Señor de manera que glorifiquen Su nombre.
Si fallamos en este examen, corremos el riesgo de ser «reprobados«, del griego «ἀδόκιμος» (adokimos), que significa no aprobado o rechazado. Este término nos advierte sobre la grave posibilidad de que todas las acciones financieras puedan ser vistas como insatisfactorias o inaceptables a los ojos de Dios si no son gestionadas por nuestra parte con sabiduría y fidelidad.
El principio central aquí es que todas las riquezas y bienes provienen de Cristo, quien es la fuente de toda bendición. Como administradores fieles, debemos recordar que nuestro llamado es manejar estos recursos con integridad y responsabilidad.
Un versículo que apoya este principio es 1ª Corintios 4:2: «Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.» Esta fidelidad no solo se aplica a grandes decisiones financieras, sino también a las pequeñas acciones cotidianas que reflejan nuestra confianza en el Señor.
Un ejemplo práctico de este principio se puede ver en la forma en que manejamos el dinero en situaciones de dificultad económica. Si confiamos en nuestras propias fuerzas y nos dejamos llevar por el miedo o la avaricia, podríamos estar siendo reprobados en nuestra gestión. En cambio, si confiamos en la provisión del Señor y actuamos con generosidad y sabiduría, estamos demostrando que hemos pasado la prueba de ser buenos mayordomos de los recursos divinos.
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En conclusión, estos principios nos llaman a vivir con una constante conciencia de que las finanzas, como todo en nuestras vidas, deben ser manejadas de manera que honren a Dios.
Al hacerlo, no solo evitamos ser reprobados, sino que también mostramos que Jesucristo vive en nosotros, guiando cada aspecto de la administración de Sus riquezas como siervos fieles en Su reino.
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