El 3 de mayo de 1738 marcó una fecha significativa en la historia de fe de América con la llegada de George Whitefield, un predicador inglés que se convertiría en la figura religiosa más destacada del siglo XVIII.
Whitefield, nacido el 27 de diciembre de 1714 en Gloucester, Inglaterra, fue un clérigo anglicano y uno de los fundadores del metodismo junto con los hermanos John y Charles Wesley.
Sin embargo, es más recordado por su papel como un evangelista apasionado cuya influencia trascendió denominaciones y fronteras geográficas.
La llegada de Whitefield a América en 1738 fue la primera de sus siete visitas al continente, que se extendieron durante las décadas siguientes.
Durante estos viajes, su carisma y su capacidad oratoria lo llevaron a predicar al menos 18 mil veces en su vida, llegando a audiencias que, acumuladas, podrían superar los 10 millones de oyentes.
Esos números son particularmente impresionantes considerando las limitaciones de la época en términos de transporte y comunicación.
Whitefield fue un pionero en el uso de medios masivos para la evangelización. Rompiendo con las tradiciones eclesiásticas de la época, optó por predicar al aire libre, lo que le permitía llegar a audiencias mucho más grandes que las que cabrían en cualquier iglesia de aquel tiempo.
Este enfoque fue parte de lo que se conocería como el Gran Despertar, un movimiento de avivamiento religioso que tocó las colonias británicas en América durante el siglo XVIII.
Su estilo era emocionalmente poderoso y directo, apelando a la conversión inmediata de sus oyentes.
La efectividad de su predicación se debía no solo a su elocuencia sino también a su habilidad para conectar con la audiencia a un nivel personal, algo que era novedoso en el contexto religioso de su tiempo.
La influencia de Whitefield no se limitó a sus sermones. Contribuyó al desarrollo de una nueva forma de religiosidad en América, caracterizada por una fe más personal y emocional.
Su legado también incluye su impacto en otras figuras religiosas de la época, como Jonathan Edwards en América y John Wesley en el Reino Unido, con quienes compartió y a veces debatió ideas teológicas.
En resumen, la llegada de George Whitefield a América en 1738 fue un evento trascendental que no solo marcó el comienzo de un extenso ministerio evangelístico sino que también dejó una huella imborrable en el panorama religioso del Nuevo Mundo.
Su legado perdura como un testimonio del poder de la predicación y del impacto de la fe vivida con fervor y dedicación.
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