Conocer y adherirnos a las Doctrinas Reformadas sobre el bautismo es un privilegio que nos lleva a profundizar en las verdades del Evangelio y en la soberanía de Dios al establecer Su pacto de gracia. Sin embargo, este conocimiento no debe convertirse en una excusa para imponer nuestras convicciones a otros creyentes que sostienen diferentes perspectivas doctrinales.
La historia de la iglesia nos brinda ejemplos dolorosos de cómo este “espíritu” de imponer una perspectiva particular de la verdad ha resultado en divisiones, persecuciones y, en ocasiones, derramamiento de sangre, incluso entre creyentes nacidos de nuevo.
Un ejemplo trágico de este “espíritu de imposición” se encuentra en el contexto de los puritanos, quienes, a pesar de sus profundas convicciones reformadas y su celo por la pureza de la fe, participaron en actos de violencia contra aquellos que no compartían sus creencias.
En la América colonial, los puritanos persiguieron y, en algunos casos, ejecutaron a personas como los cuáqueros, quienes no se alineaban con sus enseñanzas.
Anne Hutchinson, aunque no fue asesinada directamente por los puritanos, fue una figura exiliada por sus diferencias teológicas, lo que demuestra cómo la imposición de una perspectiva doctrinal llevó a la marginación y exclusión.
Por otro lado, la Iglesia de Inglaterra, en su esfuerzo por mantener la uniformidad religiosa, utilizó la tortura y la persecución contra los bautistas y otros grupos disidentes que sostenían que el bautismo debía ser administrado solo a creyentes confesos. Personas como John Bunyan, autor de “El progreso del peregrino”, fueron encarceladas simplemente por predicar y practicar el bautismo de creyentes, lo cual se consideraba una amenaza al orden eclesiástico establecido.
En la misma línea, en Europa continental, tanto católicos como protestantes reformados en ocasiones colaboraron en la persecución de los anabaptistas, quienes rechazaban el bautismo infantil. Muchos anabaptistas fueron ahogados como una forma irónica de castigo por su insistencia en el bautismo por inmersión. Estas tragedias reflejan cómo el celo por una doctrina particular, cuando se mezcla con un espíritu de imposición y coerción, puede llevar a la violación de los principios mismos del Evangelio de gracia, amor y libertad.
Estos ejemplos históricos nos advierten de los peligros de transformar nuestras convicciones doctrinales en herramientas de imposición. Como creyentes reformados, estamos llamados a compartir la verdad con amor y humildad, confiando en que el Espíritu Santo es quien convence y guía a cada cristiano hacia una comprensión más plena de la Palabra de Dios.
Nuestra responsabilidad no es imponer, sino proclamar con fidelidad, mostrando gracia hacia quienes tienen diferencias con nosotros. Al hacerlo, damos testimonio de la unidad que Cristo oró para que caracterizara a su iglesia (Juan 17:21) y evitamos los desvíos que en el pasado han manchado nuestro testimonio colectivo.
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Debemos recordar que nuestras convicciones reformadas no nos facultan para imponer indirectamente nuestra perspectiva a otras denominaciones.
Más bien, estamos llamados a compartirlas con mansedumbre, evitando caer en el error histórico de usar la coerción para promover la verdad.
Que nuestra proclamación esté siempre marcada por un espíritu de amor, unidad y dependencia de la obra del Señor en los corazones de los creyentes.
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