La Mejor Manera de Tratar a un Necio

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A lo largo de la Escritura, uno de los temas más recurrentes en los libros de sabiduría —especialmente en Proverbios— es la distinción entre el sabio y el necio. 

La necedad no es simplemente una falta de conocimiento, sino una actitud obstinada, soberbia y despreciativa hacia la corrección, la verdad y el temor de Dios. Y una de las recomendaciones más insistentes que la Biblia da respecto al necio es evitarlo.

Proverbios 14:7 dice claramente:

“Vete de delante del hombre necio, porque en él no hallarás labios de ciencia.” Este versículo establece la idea de separación como la respuesta más sabia frente al necio. No se trata de desprecio, sino de prudencia. Intentar razonar con un necio puede convertirse en una trampa que te arrastra a su nivel. No hallarás en él sabiduría, porque su corazón está cerrado a la instrucción.

La Escritura no niega que el necio pueda hablar mucho, pero Proverbios 29:9 advierte lo siguiente: “Si el hombre sabio contendiere con el necio, que se enoje o que se ría, no tendrá descanso.”

Es decir, discutir con un necio puede producir ira o burla, pero nunca fruto. El sabio termina agotado, no edificado. Por eso, lo mejor no es entrar en contienda con él, sino retirarse.

Incluso el famoso pasaje de Proverbios 26:4-5 ofrece una doble advertencia:

“Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad, para que no seas tú también como él. Responde al necio según su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión.” Aquí el escritor sagrado nos muestra una tensión: a veces es necesario dejar en evidencia su necedad, pero siempre evitando caer en su mismo juego. De nuevo, se apunta a que, como norma general, no vale la pena entablar diálogo con alguien que no busca la verdad, sino la victoria o el escarnio.

Jesús mismo también fue selectivo con sus palabras. Cuando estaba ante Herodes, quien buscaba señales y no verdad, Lucas 23:9 dice: “Le hacía muchas preguntas, pero Jesús nada le respondió.”

Cristo reconocía el corazón burlón y perverso, y en esos casos, el silencio era más sabio que cualquier argumento. Esto coincide con Mateo 7:6: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.”

Hablar con un necio endurecido puede ser lanzar perlas a quien no las valorará.

Esta enseñanza no es exclusiva del pensamiento bíblico. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, sostenía que hay personas que no son capaces de recibir corrección racional porque no se rigen por la razón. 

A estos, decía, no se les puede enseñar filosofía, y el sabio debe discernir con quién vale la pena entablar diálogo. Goethe, por su parte, dijo: “Contra la necedad, hasta los dioses luchan en vano”, subrayando que la necedad es una fuerza tan impenetrable que ni los más sabios logran vencerla.

Pero el creyente sabe que sólo Dios puede hacer sabio al necio, y que nuestro deber no es forzar el cambio, sino sembrar cuando hay tierra fértil. Por eso 2ª Timoteo 2:23-24 nos exhorta: “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido.”

Esto no significa que debamos despreciar a los ignorantes o a los que aún no han llegado al conocimiento de la verdad. Pero hay una diferencia entre el ignorante que desea aprender y el necio que desprecia la sabiduría. 

Al primero se le instruye con paciencia; al segundo, se le evita con prudencia.

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Conclusión: Evitar al necio no es cobardía ni desdén, sino sabiduría. 

Como enseña la Escritura, guardar silencio ante su burla y apartarse de su camino es la forma más elevada de preservar la paz, la verdad y la propia integridad. 

Aristóteles y Goethe, desde su horizonte filosófico, lo entendieron. 

Pero es la Biblia la que lo define con claridad divina: no se puede edificar sobre el terreno de la necedad, y no vale la pena arrojar perlas donde sólo hay desprecio.

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