De la misma manera que ninguna estrategia política puede abordar adecuadamente un dilema de índole espiritual, así tampoco nuestros problemas financieros encuentran una solución duradera en medidas meramente humanas.
La raíz de estas dificultades financieras reside en un corazón que se resiste a someterse en humildad ante el Señor, que todavía sucumbe ante la vanidad de los ojos y que pasa por alto los principios divinos que rigen una gestión financiera conforme a la Biblia.
La Escritura nos advierte acerca de la vanidad y la codicia, mostrándonos que estos no son más que síntomas de un corazón no alineado con los deseos de Dios.
En 1ª Juan 2:16, se nos recuerda: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”. Este pasaje subraya la importancia de dirigir nuestra atención y nuestros deseos hacia lo que es eterno y verdadero, en lugar de sucumbir a las tentaciones pasajeras del mundo.
Además, en Mateo 6:24, Jesús nos enseña acerca de la incompatibilidad de servir a dos señores, diciendo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Este versículo es un recordatorio poderoso de que nuestra lealtad no puede estar dividida entre Dios y el materialismo; el corazón debe elegir a quién servirá verdaderamente.
La solución, por lo tanto, no se encuentra en estrategias humanas o en la acumulación de bienes, sino en un retorno a los principios bíblicos que nos guían a una correcta administración de nuestros recursos.
Proverbios 3:9-10 nos anima a honrar a Dios con nuestras riquezas: “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y tus graneros se llenarán de abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto”.
Este acto de dar es un reflejo de un corazón que se ha sometido humildemente al señorío de Cristo, reconociendo que todo lo que tenemos es un regalo de Dios y debe ser usado para su gloria.
En última instancia, el camino hacia la resolución de nuestros problemas financieros y, más ampliamente, cualquier desafío en nuestras vidas, se halla en un corazón plenamente rendido a Dios, que busca primero su reino y su justicia, confiando en que Él proveerá todo lo necesario según su rica gloria en Cristo Jesús (Filipenses 4:19).
Ese enfoque transforma nuestra relación con los recursos materiales, colocándolos como herramientas para servir a Dios y bendecir a otros, en lugar de ídolos que buscan ocupar el lugar de Dios en nuestras vidas.
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