Muchas personas anhelan recibir de Dios una solución definitiva a sus problemas, esperando que Él intervenga de manera milagrosa para resolver sus situaciones complicadas de manera instantánea. Sin embargo, Dios a menudo opta por proveernos con todas las herramientas necesarias para enfrentar y superar nuestros desafíos, en lugar de entregar la solución completa en nuestras manos.
Esta manera de actuar divina no siempre satisface a aquellos que prefieren un desenlace directo y milagroso.
El caminar cristiano no se rige por esta percepción humana de obtener resultados instantáneos. Aunque ocasionalmente Dios pueda manifestarse a través de actos milagrosos y soluciones divinas, la mayor parte de nuestro viaje espiritual se compone de aprendizaje continuo y de atravesar procesos de crecimiento.
Este entendimiento es crucial; si no lo asimilamos desde el principio, nos encontraremos con dificultades para ser fieles administradores de los dones que Dios nos ha confiado.
La verdadera transformación y solución a nuestros problemas emerge cuando vivimos bajo el Señorío de Cristo, no dirigidos por nuestro ego. Solo entonces podemos hallar las respuestas que buscamos.
De lo contrario, nos arriesgamos a permanecer estancados o incluso a retroceder, atrapados en un ciclo interminable de sobrevivir mes a mes en una «carrera de ratas», o peor aún, sumidos en una espiral de deudas.
Reconocer y aceptar que Dios nos equipa con lo necesario para solucionar nuestros propios problemas, nos posiciona en un camino de crecimiento, autonomía y fidelidad, acorde con los principios que Él desea para nuestras vidas.
Deja una respuesta