En el ámbito de las finanzas, como en todos los aspectos de la vida, creemos firmemente que una comprensión y aplicación adecuada de los principios bíblicos es fundamental para honrar a Dios en la mayordomía que debemos atender.
Dentro de este marco, hay dos principios primordiales en la mayordomía bíblica que fundamentan todos los demás: primero, Dios es el dueño de todo; y segundo, nosotros somos sus siervos administradores.
Estos principios son esenciales porque orientan nuestra perspectiva y acciones hacia lo que verdaderamente importa, asegurando que nuestro manejo financiero refleje nuestra fe y devoción a Dios.
Si estos fundamentos no están bien asentados en nuestro corazón, cualquier otro principio puede ser mal interpretado o mal aplicado, llevándonos por caminos que no honran a Dios.
Dios es el Dueño de Todo. La Biblia es clara en establecer que Dios es el creador y por ende el dueño de todo en el universo (Salmo 24:1 “De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan”). Este principio recalca que todo lo que tenemos y somos son bendiciones que vienen de Su mano.
En el ámbito de las finanzas, esto significa que cada recurso financiero que tenemos no nos pertenece realmente; nos ha sido confiado por Dios para su administración.
Esta verdad debe moldear profundamente cómo vemos y usamos el dinero, guiándonos a tomar decisiones financieras que reflejen esta realidad, priorizando el reino de Dios y su justicia sobre deseos y ambiciones personales.
Nosotros Somos Sus Siervos Administradores. Como continuación natural del primer principio, si Dios es el dueño de todo, entonces nosotros somos meramente administradores o mayordomos de lo que se nos ha confiado (Lucas 16:10-12 “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?”).
Este papel de administrador implica responsabilidad, fidelidad y rendición de cuentas a Dios. Nuestra gestión de los recursos debe estar dirigida por la voluntad y mandato de nuestro Señor, buscando siempre Su gloria y el bienestar de los más necesitados, como son los huérfanos y las viudas.
Esto impacta directamente cómo ahorramos, gastamos, invertimos y damos de los recursos financieros.
Aplicación en el Principio del Ahorro. Tomemos, por ejemplo, el principio del ahorro. Si este principio no se fundamenta en la comprensión de que Dios es el dueño de todo y que nosotros somos sus administradores, puede fácilmente degenerar en ambición o avaricia.
El ahorro, en sí mismo, es una práctica prudente y sabia; sin embargo, si nuestro motivo para ahorrar es el miedo, la ambición o la desconfianza en la provisión de Dios, entonces nos hemos desviado del verdadero propósito.
Como siervos administradores, nuestro enfoque al ahorrar debería ser la preparación para futuras necesidades y oportunidades para servir a otros, no la acumulación de riquezas por la riqueza misma.
Conclusión. Cada principio de mayordomía bíblica, incluido el ahorro, debe estar arraigado en estos dos fundamentos. Al reconocer a Dios como el dueño de todo y a nosotros mismos como sus siervos administradores, la gestión financiera se transforma en un acto de adoración y servicio. Nos alejamos de la ambición desmedida y de la confianza en las riquezas, y nos acercamos más a un corazón generoso y fiel, sujetado con los propósitos de Dios.
En última instancia, esta perspectiva no solo beneficia la salud financiera, sino que profundiza nuestra relación con Dios y con los demás hermanos en la fe, llevándonos a vivir vidas que reflejan verdaderamente el carácter, la voluntad y el reino de Dios.
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