No Juzgar para no Incomodar

En muchas congregaciones locales, hoy en día, evitan juzgar enseñanzas y comportamientos para no incomodar. Esto es, en esencia, una crítica a la tendencia en algunas congregaciones de evitar la corrección, priorizando la tolerancia y la inclusión, aun a costa de permitir comportamientos o actitudes que contradicen los principios bíblicos. Esta mentalidad conduce a varios problemas espirituales y doctrinales:

Relativismo moral: Al evitar corregir el mal, se diluye la definición de lo que es pecado. La Escritura es clara en cuanto a la santidad y el estándar de Dios, pero si las congregaciones dejan de identificar el mal como tal, el resultado es una confusión moral donde los pecados se vuelven aceptables o, incluso, se ven como “normales”. Esto contradice la enseñanza bíblica de que el pecado es una ofensa contra Dios y un obstáculo para la santidad.

Miedo a la ofensa: En un intento de evitar herir o alienar a los demás, algunas congregaciones caen en la trampa de no confrontar a los que están en pecado. Sin embargo, como redimidos, sabemos que la corrección amorosa es necesaria para la restauración y nuestro crecimiento espiritual. Dios nos llama a exhortarnos mutuamente, y aunque esta corrección debe hacerse con amor y humildad, también debe ser fiel a la verdad de Su Palabra.

Desviación de la misión de la Iglesia: La Iglesia está llamada a ser sal y luz, es decir, a marcar una diferencia clara entre el bien y el mal. Si tememos “juzgar” el pecado, dejamos de cumplir esta función. En lugar de reflejar la santidad de Dios, una congregación que no distingue el mal del bien pierde su testimonio y su relevancia en un mundo necesitado de la verdad.

Malentendido del juicio: Muchos interpretan erróneamente las enseñanzas de Jesús sobre “no juzgar”. No se trata de ignorar el pecado, sino de hacerlo sin hipocresía y con el corazón restaurador. No se nos llama a condenar sin misericordia, sino a exhortar con compasión y ayudar a los hermanos a apartarse del pecado.

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Como cristianos, debemos recordar que la Biblia nos instruye a discernir el mal y a confrontarlo en el amor de Cristo.

En vez de evitar juzgar el pecado para no incomodar, deberíamos estar dispuestos a hablar la verdad en amor, buscando siempre la restauración y el crecimiento de cada miembro en conformidad con la santidad de Dios.

La verdadera gracia no significa permisividad con el pecado, sino el llamado a una vida transformada por el Espíritu.

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