Un activo es algo que pone dinero en nuestros bolsillos, mientras que un pasivo quita dinero de nuestros bolsillos.
Bajo esta definición, una casa propia, en la que vivimos, no se considera un activo porque no genera ingresos y, en cambio, incurre en gastos continuos como hipoteca, impuestos, mantenimiento, entre otros.
En contraste, los activos generan un flujo de efectivo positivo, como las propiedades de inversión que alquilamos.
La perspectiva es que, aunque una casa puede aumentar su valor a lo largo del tiempo, mientras no genere ingresos, se considera un pasivo más que un activo en el sentido estricto de inversión y flujo de efectivo.
Otra idea importante es la reevaluación periódica de nuestras finanzas para identificar oportunidades de convertir pasivos en activos. Por ejemplo, una habitación desocupada en nuestra vivienda podría alquilarse, transformando parte de nuestro “pasivo” en un generador de ingresos.
Finalmente, la educación financiera juega un rol crucial en nuestra capacidad para discernir entre decisiones financieras que nos acercan o alejan de nuestros objetivos de libertad financiera.
Adoptar una mentalidad de inversión, donde cada gasto se evalúa en términos de su potencial retorno, es fundamental para avanzar hacia una mayor estabilidad y prosperidad económica.
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