La práctica de ofrecer sacrificios a Dios como expiación por el pecado o para mantener una relación correcta con Él es un tema recurrente en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Génesis 8:20-21 describe cómo Noé ofreció holocaustos después del diluvio, y Dios encontró el aroma agradable, prometiendo no maldecir más la tierra por causa del hombre.
Aunque no hay un versículo específico que Job esté siguiendo al hacer holocaustos por sus hijos, su acción refleja el principio general de buscar la expiación y la purificación ante Dios, un concepto que es fundamental en la relación entre Dios y la humanidad en el Antiguo Testamento.
La Ley de Moisés, dada posteriormente, establecería un sistema detallado de sacrificios por el pecado y otras ofrendas (por ejemplo Levítico 1-7), que formalizaría y expandiría la práctica de ofrecer sacrificios a Dios.
Aunque el acto de Job precede a esta legislación, su comportamiento muestra su entendimiento de la necesidad de buscar la purificación y la intercesión ante Dios por posibles pecados, un principio espiritual que subyace en toda la Escritura.
La práctica de Job de hacer ofrendas por sus hijos, tal como se detalla en Job 1:4-5, refleja su profunda preocupación por la pureza espiritual y el bienestar de su familia ante Dios. En estos versículos, Job actúa según un principio de expiación y purificación que era común antes de la instauración formal de la Ley mosaica, mostrando su temor reverente a Dios y su deseo de interceder por sus hijos.
Es importante señalar que esta práctica, aunque significativa en el contexto del Antiguo Testamento, no encuentra un paralelo directo en el Nuevo Testamento ni en la práctica cristiana contemporánea.
Con la venida de Cristo, el panorama de los sacrificios y ofrendas experimenta un cambio radical. En el Nuevo Testamento, se nos enseña que Jesucristo es el sacrificio perfecto y definitivo por el pecado (Hebreos 10:10). La muerte y resurrección de Jesús reemplazan los sacrificios antiguos con una ofrenda única y completa, capaz de limpiar nuestros pecados de una vez por todas y restaurar nuestra relación con Dios.
Por tanto, la práctica de ofrecer sacrificios físicos, ya sea por la expiación del pecado o por la bendición de la familia, ya no es necesaria ni requerida en la era del Nuevo Testamento. Aquellos que promueven o insisten en la necesidad de tales ofrendas en la actualidad, especialmente en el contexto del “evangelio” de la prosperidad, están desviando la atención de la suficiencia de la obra redentora de Cristo.
El “evangelio” de la prosperidad, que se enfoca en la obtención de riqueza material y éxito personal a través de ofrendas financieras, no refleja fielmente el mensaje central del cristianismo.
La Biblia nos enseña que, en Cristo, Dios ha provisto la ofrenda definitiva por nosotros, incluyendo el cuidado y protección de nuestras familias. Nuestra respuesta a esta provisión debe ser de fe, agradecimiento y obediencia, viviendo de manera que refleje el amor y la gracia que se nos ha dado gratuitamente.
En lugar de buscar manipular bendiciones a través de ofrendas físicas o financieras, estamos llamados a confiar en la provisión perfecta de Dios en Cristo para todas nuestras necesidades, incluyendo el bienestar espiritual y físico de nuestras familias.
La bendición de nuestro Señor Dios es un don gratuito, pues jamás ha estado en venta.
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