El 17 de diciembre de 1917 (Historia Contemporánea), marcó un momento crucial en la historia de Rusia, cuando los bolcheviques, liderados por el Partido Comunista bajo el mando de Vladímir Lenin, implementaron una serie de medidas radicales que transformaron profundamente la relación entre el Estado y la Iglesia.
Estas acciones formaban parte de un proyecto ideológico mayor que buscaba construir una sociedad socialista basada en principios ateos, en la cual la religión fuera relegada a un plano secundario, o incluso eliminado completamente, al considerarse un obstáculo para la emancipación del proletariado y la construcción de una nueva sociedad.
En este contexto, una de las primeras medidas adoptadas por los bolcheviques fue la confiscación de las tierras de la Iglesia ortodoxa rusa. Este acto tenía implicaciones económicas y simbólicas.
En términos económicos, la Iglesia era una de las mayores terratenientes del imperio zarista, con vastas propiedades agrícolas y otros bienes que contribuían significativamente a su riqueza y poder.
La expropiación de estas tierras no solo despojaba a la Iglesia de su base económica, sino que también permitía al gobierno revolucionario redistribuir estas propiedades según los principios comunistas, favoreciendo supuestamente a los campesinos pobres y consolidando el control estatal sobre los recursos del país.
Además de la confiscación de tierras, los bolcheviques anularon los subsidios estatales a la Iglesia. Durante siglos, bajo el régimen zarista, la Iglesia ortodoxa había gozado de un estatus privilegiado como religión oficial del Estado ruso.
Recibía apoyo financiero directo del gobierno, lo que reforzaba su influencia y aseguraba su papel central en la vida política y social. Al cortar estos subsidios, los bolcheviques buscaron debilitar económicamente a la Iglesia y enviar un mensaje claro de que ya no ocupaba una posición privilegiada en la nueva sociedad soviética.
Ese cambio fue un golpe directo a la estructura de poder tradicional, en la que la Iglesia y el Estado habían operado en estrecha alianza.
Otra medida importante fue la conversión del matrimonio en una ordenanza civil. Antes de la Revolución, el matrimonio en Rusia estaba profundamente arraigado en la tradición religiosa, y era la Iglesia quien tenía la autoridad exclusiva para oficiarlo y registrarlo.
Al secularizar el matrimonio, los bolcheviques intentaron romper el monopolio de la Iglesia sobre la vida personal y familiar, subrayando la separación entre religión y Estado.
Este cambio también reflejaba una visión más moderna y laica de las relaciones humanas, en la que el matrimonio se concebía como un contrato social regulado por el Estado en lugar de un sacramento religioso.
En el ámbito educativo, los bolcheviques tomaron una decisión igualmente transformadora: la nacionalización de las escuelas y la prohibición de la instrucción religiosa.
Antes de 1917, la educación en Rusia estaba estrechamente vinculada a la Iglesia ortodoxa, que controlaba muchas de las escuelas del país y utilizaba la enseñanza religiosa como una herramienta para transmitir valores tradicionales y reforzar su autoridad espiritual.
La abolición de la enseñanza religiosa no solo buscaba eliminar la influencia ideológica de la Iglesia sobre las nuevas generaciones, sino también implantar un sistema educativo secular basado en principios científicos y socialistas.
A partir de entonces, las escuelas quedaron bajo el control exclusivo del Estado, y se prohibió cualquier tipo de adoctrinamiento religioso en el sistema educativo.
Ese cambio pretendía garantizar que la formación de los ciudadanos estuviera alineada con los ideales revolucionarios, promoviendo el ateísmo como parte de la nueva visión del mundo.
Estas medidas tuvieron un impacto profundo y duradero en la sociedad rusa. En el corto plazo, generaron una confrontación abierta entre el gobierno bolchevique y la Iglesia ortodoxa, que vio estas acciones como un ataque directo a su existencia.
Muchos líderes religiosos fueron perseguidos, encarcelados o ejecutados, y se desató una intensa campaña propagandística contra la religión. Para los creyentes, estas políticas representaron una ruptura traumática con las tradiciones y valores que habían sido centrales en sus vidas durante siglos.
A largo plazo, estas acciones sentaron las bases para el desarrollo de un Estado ateo que buscaba erradicar la religión de la vida pública y restringirla estrictamente al ámbito privado. Sin embargo, también provocaron una resistencia significativa entre sectores de la población que continuaron practicando su fe en la clandestinidad o desafiando las restricciones impuestas por el régimen.
La relación entre la Iglesia y el Estado en Rusia nunca volvió a ser la misma después de diciembre de 1917, y los efectos de estas medidas aún resuenan en la historia del país.
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En resumen, el 17 de diciembre de 1917 marcó un punto de inflexión en la historia de Rusia, cuando los bolcheviques, en su afán por consolidar el poder y construir una nueva sociedad socialista, desmantelaron los privilegios históricos de la Iglesia ortodoxa.
Mediante la confiscación de tierras, la eliminación de subsidios, la secularización del matrimonio y la nacionalización de las escuelas, intentaron erradicar la influencia de la religión en la esfera pública y reconfigurar la sociedad rusa según los ideales comunistas.
Estas medidas no solo transformaron la estructura social y política del país, sino que también generaron tensiones y conflictos que persistieron durante décadas.
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