De qué vale tener sueños si no hacemos todo lo necesario para que se concreten; es como construir castillos en el aire. La Biblia nos enseña en Proverbios 13:4 que «El alma del perezoso desea y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada.» Esto nos recuerda que los sueños sin acción son vacíos y no producen fruto.
Jesús también ilustró esta verdad en la parábola del hombre que se sienta a calcular el costo antes de construir una torre. En Lucas 14:28-30, leemos: «Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.»
Esta parábola nos enseña la importancia de la planificación y la acción deliberada. No basta con tener el deseo de alcanzar algo grande; debemos evaluar lo que se necesita, hacer un plan y trabajar diligentemente para llevarlo a cabo.
La falta de preparación y esfuerzo no solo conduce al fracaso, sino también a la burla y el desprecio de los demás.
En la vida, debemos ser como el hombre que se sienta a calcular el costo, asegurándonos de que estamos dispuestos a pagar el precio del esfuerzo, la dedicación y la perseverancia.
Los sueños son valiosos, pero solo se materializan cuando nos comprometemos plenamente con ellos y actuamos con diligencia y sabiduría.
Siguiendo estos principios bíblicos, recordemos que nuestros sueños no son metas inalcanzables, sino proyectos que requieren nuestra plena participación y esfuerzo constante.
La prosperidad y el éxito son el resultado de la acción diligente y la planificación cuidadosa, no solo de deseos vacíos. Así, podemos construir no solo castillos en el aire, sino realidades firmes y duraderas en nuestra vida.
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