“Por tanto, provéase ahora Faraón de un varón prudente y sabio, y póngalo sobre la tierra de Egipto.” Génesis 41:33 (RVR1960)
En este versículo, José ofrece un consejo crucial al faraón tras interpretar los sueños que predecían siete años de abundancia seguidos por siete años de hambruna. José le indica al faraón que designe a un hombre que sea tanto prudente como sabio para administrar la economía de Egipto, de manera que los recursos sean gestionados adecuadamente durante los tiempos de prosperidad y así enfrentar con sabiduría los años de escasez.
Ese consejo es un modelo de mayordomía financiera y planificación, donde se subraya que, en situaciones de crisis, es esencial contar con alguien que no solo posea sabiduría, sino también la prudencia para actuar conforme a los recursos que Dios nos ha encomendado.
Ahora, al analizar las palabras prudente y sabio en el hebreo original, encontramos principios profundos sobre cómo administrar lo que Cristo Jesús nos ha confiado.
La palabra hebrea para “prudente” es נָבוֹן (nabon), que se refiere a alguien que tiene discernimiento, capacidad para comprender profundamente las situaciones y tomar decisiones cuidadosas y anticipadas. La prudencia implica que el mayordomo de los recursos debe ser capaz de prever los peligros futuros y tomar medidas preventivas.
En el contexto de las finanzas, ese principio nos enseña que no debemos ser impulsivos o descuidados, sino actuar con previsión y cautela en el uso de los bienes del Señor. Debemos guardar y gestionar lo que Él nos ha dado con un corazón atento a Su guía, siempre conscientes de que nuestras decisiones deben estar sometidas a la voluntad de Dios.
El término hebreo para “sabio” es חָכָם (chakam), el cual va más allá del conocimiento; se refiere a una persona que aplica ese conocimiento de manera práctica y justa. En la mayordomía financiera, la sabiduría es esencial para tomar decisiones que no solo beneficien a corto plazo, sino que también honren al Señor a largo plazo.
El administrador sabio reconoce que todos los recursos, ya sean dinero, bienes o propiedades, son del Señor, y su uso debe reflejar esta verdad. En Proverbios 2:6 se nos recuerda: “Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia.” Esto significa que nuestra sabiduría no debe ser mundana ni guiada por deseos egoístas, sino una sabiduría que proviene directamente de Dios, dirigida por Su palabra y principios eternos.
En el consejo de José al faraón, la prudencia y la sabiduría son cualidades complementarias. La situación exigía a un hombre que no solo comprendiera la gravedad de los próximos años de hambre, sino que también actuara de manera estratégica y previsoramente para almacenar y distribuir los recursos de manera justa.
Como siervos del Señor, debemos seguir este ejemplo en las finanzas que Él nos ha encomendado, usando tanto la sabiduría divina como la prudencia para tomar decisiones que estén conformes a Su voluntad y que reflejen Su carácter justo y bondadoso.
Un ejemplo práctico de este principio sería un siervo del Señor que, al recibir la advertencia de que habrá recortes en su lugar de trabajo, no entra en pánico ni toma decisiones impulsivas. En lugar de gastar apresuradamente o hacer inversiones riesgosas, actúa con prudencia. Comienza a planificar de inmediato, ajustando su presupuesto para reducir gastos innecesarios y asegurando que las necesidades básicas sean cubiertas.
También guarda una parte de lo que el Señor le ha confiado para prepararse ante la incertidumbre, buscando siempre la guía de Cristo Jesús en oración para que sus decisiones financieras estén conforme a la voluntad de Dios. Al actuar así, muestra tanto la prudencia como la sabiduría, confiando en que, aunque las circunstancias sean inciertas, es el Señor quien provee y sostiene todas las cosas.
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En conclusión, el consejo de José resalta la importancia de administrar las finanzas que el Señor nos ha confiado con prudencia y sabiduría. La prudencia nos lleva a anticipar el futuro con responsabilidad, mientras que la sabiduría nos enseña a aplicar el conocimiento de manera justa y conforme a los principios de Dios.
Como siervos de Cristo Jesús, debemos recordar que todo lo que tenemos le pertenece a Él, y nuestra labor es usarlo de una manera que traiga gloria a Su nombre. Al gestionar los bienes y recursos conforme a Su voluntad, no solo demostramos fidelidad, sino que también nos preparamos para enfrentar cualquier circunstancia futura con confianza, sabiendo que Él es quien provee y sostiene todo.
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