El 1 de septiembre del año 256, en el contexto de la Iglesia primitiva, se llevó a cabo un evento significativo que dejó una huella profunda en la historia del cristianismo y en la estructura eclesiástica que se desarrollaría en los siglos siguientes.
En esa fecha, los obispos del norte de África, liderados por el influyente obispo Cipriano de Cartago, votaron unánimemente a favor de una decisión controversial: que los cristianos que habían apostatado durante las persecuciones debían ser rebautizados al reingresar a la Iglesia.
Este voto no fue simplemente una cuestión administrativa o ritualista, sino que tocaba una de las cuestiones teológicas más delicadas de la época: la pureza y la santidad de la Iglesia, así como el valor y la validez de los sacramentos administrados por aquellos que habían caído en la apostasía.
Durante las persecuciones, especialmente bajo el emperador Decio (249-251 d.C.), muchos cristianos habían renunciado a su fe bajo la amenaza de tortura o muerte. Estos cristianos, conocidos como lapsi, querían reintegrarse a la comunidad cristiana una vez que la persecución había cesado.
Cipriano y los obispos africanos consideraban que la apostasía había roto la gracia del bautismo original, y que, por lo tanto, era necesario un nuevo bautismo para restablecer su relación con Dios y con la Iglesia.
Esta postura no solo reflejaba una visión estricta sobre la pureza de la Iglesia, sino también una profunda preocupación por la integridad de los sacramentos.
Sin embargo, esta decisión fue recibida con fuerte oposición en otros sectores de la Iglesia, particularmente en Roma, donde el obispo Esteban se manifestó en contra de la necesidad de un segundo bautismo.
Esteban, que defendía una visión más inclusiva y misericordiosa, argumentaba que el bautismo, una vez realizado en el nombre de Cristo, no podía repetirse, ya que era un sacramento único e irrevocable.
Según su perspectiva, los lapsi que deseaban reconciliarse con la Iglesia solo necesitaban recibir la absolución a través de la penitencia, no un nuevo bautismo.
El conflicto entre Cipriano y Esteban no fue simplemente una disputa teológica, sino que representó uno de los primeros enfrentamientos significativos entre diferentes sedes episcopales sobre cuestiones de autoridad y doctrina.
La insistencia de Esteban en que su interpretación debía prevalecer reflejaba la creciente influencia del obispo de Roma, una influencia que posteriormente evolucionaría en el concepto del papado y la primacía romana.
Cipriano, aunque firme en su convicción, finalmente cedió a la presión de Esteban, no sin resistirse, y este acto de ceder fue visto por muchos como un reconocimiento implícito de la autoridad superior del obispo de Roma en cuestiones de doctrina y disciplina.
Este suceso precipitó una discusión prolongada sobre la supremacía del obispo de Roma dentro de la Iglesia cristiana, una cuestión que seguiría siendo central en las disputas eclesiásticas durante siglos.
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En resumen, el 1 de septiembre del año 256 marca un punto crucial en la historia de la Iglesia primitiva, no solo por la resolución sobre el rebautismo de los lapsi, sino también por el desarrollo de la estructura jerárquica que llevaría eventualmente al establecimiento del papado.
La tensión entre la necesidad de mantener la pureza de la Iglesia y la misericordia hacia los pecadores, junto con el debate sobre la autoridad de Roma, dejó una herencia que moldearía el cristianismo en los siglos venideros.
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