Riqueza y Pobreza

En la Biblia encontramos enseñanzas profundas sobre la administración de las riquezas y la actitud correcta hacia el dinero y la pobreza, enseñanzas que nos guían a vivir una vida equilibrada, centrada en Dios, independientemente de las circunstancias económicas.

En 1º Crónicas 4:10, Jabes hace una oración ferviente a Dios: “Jabes invocó al Dios de Israel, diciendo: ‘¡Oh, si me dieras bendición y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras del mal, para que no me dañe!’ y Dios le otorgó lo que pidió”.

Esta oración refleja un corazón que busca la bendición de Dios con la intención de honrarlo y vivir protegido por Su mano.

La bendición material viene acompañada de la petición de protección y guía divina, indicando que deben ser administradas bajo la soberanía de Dios.

En Filipenses 4:11-13, Pablo comparte su experiencia de contentamiento en toda circunstancia: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

El verdadero contentamiento y la fortaleza provienen de Cristo, no de las circunstancias materiales. Su vida es un ejemplo de cómo vivir fielmente, ya sea en abundancia o en necesidad.

Adán, creado en un estado de plenitud y comunión con Dios, lo perdió todo por desobediencia (Genesis 3). Su historia nos advierte que la desobediencia a Dios lleva a la pérdida, independientemente de cuán bendecido se esté inicialmente.

Salomón, a pesar de su gran sabiduría y riqueza, se desvió de Dios al final de su vida (1º Reyes 11:4-11). Su vida nos muestra que la riqueza sin una entrega continua a Dios puede llevar a la decadencia espiritual.

Jesús cuenta la parábola del rico insensato en Lucas. 12:16-21. Este hombre acumuló grandes riquezas sin considerar a Dios, y su vida fue requerida de él esa misma noche. La enseñanza aquí es que debemos ser ricos para con Dios, no solo en términos materiales.

Proverbios 30:8-9 dice: “No me des pobreza ni riquezas; dame solo el pan de cada día. No sea que, una vez saciado, te niegue y diga: ‘¿Quién es Jehová?’ O que, siendo pobre, robe, y blasfeme contra el nombre de mi Dios”.

Esta oración pide un equilibrio para evitar los extremos que pueden llevar a olvidar a Dios o a actuar injustamente.

1ª Timoteo 6:9-10 dice: “Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”.

Pablo advierte a Timoteo sobre los peligros de amar el dinero, destacando la importancia de la piedad y el contentamiento.

Dt. 8:17-18 dice: “No digas en tu corazón: ‘Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza.’ Antes acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día”.

Aquí, Moisés recuerda a los israelitas que deben reconocer a Dios como la fuente de su prosperidad, para no caer en el orgullo y el olvido de su dependencia divina.

Si no aprendemos a mantener nuestra fe y obediencia a Dios tanto en tiempos de abundancia como en tiempos de necesidad, corremos el riesgo de repetir las mismas lecciones una y otra vez.

Las Escrituras nos llaman a vivir con gratitud, humildad y una dependencia constante en Dios, independientemente de nuestra situación económica.

Así, seremos verdaderamente ricos, no solo en bienes materiales, sino en nuestra relación con nuestro Creador.

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