El versículo de Salmos 16:6, “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado”, nos proporciona una rica metáfora que proviene del contexto agrícola y de la propiedad territorial en la antigua Israel.
En el hebreo original, la palabra utilizada para “cuerdas” es חֲבָלִים (chavalim), que literalmente se traduce como «cuerdas» o «cordones». Esta palabra es fundamental en la metáfora para entender la imagen que el salmista quiere transmitir.
En la cultura hebrea, las cuerdas eran utilizadas para medir y delimitar terrenos. Estas cuerdas determinaban los límites de la propiedad de una persona y, por extensión, su herencia y parte en la sociedad.
Cuando David utiliza esta metáfora, está hablando de los límites de su vida y destino que Dios ha medido y asignado para él.
Decir que estas cuerdas “cayeron en lugares deleitosos” implica que los límites que Dios estableció para él no son restrictivos o penosos, sino que están llenos de belleza y gracia.
David ve su lote, su porción en la vida, como algo favorable y afortunado. Esta es una expresión de profunda gratitud y contentamiento con la providencia divina, que ha medido su vida de manera que le ha dado razones para celebrar y regocijarse.
Así, la metáfora de las cuerdas en este versículo ilustra la idea de que Dios, como un medidor sabio y benevolente, determina los confines de nuestras vidas.
Nos muestra que estos límites no solo son justos, sino también llenos de potencial y belleza, diseñados para nuestro bienestar y para reflejar la bondad de Dios hacia nosotros.
Esto nos lleva a reconocer y aceptar nuestra propia “heredad” como algo bello y perfectamente adaptado para nosotros por el Creador.
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